Violencia de género
“Aquí no ha pasado nada. Una mujer ha sido asesinada.”
En “Relatos trágicos de Alicante”, de Tirso Marín, en 1955, ante la aglomeración de curiosos, un policía de uniforme gris los dispersa y se justifica con lo dicho.
“La violencia es, en la mayoría de los casos, un mecanismo de respuesta ante un conflicto determinado. Y para el patriarcado no hay conflicto mayor que la pretensión de autonomía de las mujeres.”
Nuria Varela, en “Cansadas”, 2017.
Sobre la violencia de género, de sexo o doméstica, quedan muchas incógnitas por responder. Desde un enfoque social, es un asunto de justicia pero, también, de salud pública, con importantes influencias de y desde la estructura de la sociedad y de la cultura. La Organización Mundial de la Salud define la violencia de género como
“todo comportamiento dentro de una relación íntima que causa un perjuicio o sufrimientos físicos, psicológicos o sexuales a personas que son parte de esa relación, en incluye actos de agresión física, coacción sexual, violencia psicológica y conductas autoritarias o tiránicas.”
La primera incógnita es que, aunque sabemos que los asesinatos por violencia de género cambian en la historia, en las culturas y en los pueblos, en nuestro entorno más cercano, en nuestro país, a pesar de los esfuerzos de muchas personas y de la adecuación de las leyes, el número de muertas se mantiene entre 50 y 75 por año desde más hace más de tres décadas. O, también, otra incógnita es por qué son los hombres los que atacan a su pareja y rara vez lo hacen las mujeres. En 2015, el 94.4% de las muertes por violencia de género fueron cometidas por hombres. En una revisión publicada en 2013 y para 66 países, la tasa de asesinatos de mujeres en la pareja fue seis veces mayor que la de los hombres, con el 38% para las mujeres y el 6% para los hombres.
En Estados Unidos, 20 personas por minuto sufren una agresión violenta de su pareja. El 27% de las mujeres, una de cada cuatro, y el 12% de los hombres, uno de cada diez, han sufrido violencia física o sexual por sus parejas por lo menos una vez en la vida.
Herbert Bennett y el Dr. Crippen: El olvidado y el famoso
Hacia el 1900 dos asuntos criminales llegaron a los tribunales de Londres, tal como nos cuenta René Reouven en su Diccionario de los asesinos. En 1901, fue Herbert Bennett, que había estrangulado a su mujer con un cordón de zapato en la playa de Yarmouth, para quedar libre para su amante. Y en 1910 llegó a los tribunales el Doctor Hawley Crippen, que mató a su mujer, la despedazó y la enterró en el sótano. Dos asuntos parecidos y, como sabemos, demasiado habituales en la violencia de hombres contra mujeres. Sin embargo, hemos olvidado a Bennett y, en cambio, Crippen sigue en los recuerdos y leyendas populares, incluso con libros, películas y documentales en televisión.

Hawley y Cora Crippen
El famoso, Hawley Harvey Crippen, era un médico estadounidense que vivía en Londres desde 1900 y se dedicaba a la homeopatía. Se casó con la hermosa Cora Turner, antigua y famosa actriz y cantante de music-hall. Pero tenía una amante, Ethel Le Neve, con la que planeó rehacer su vida en Estados Unidos. Así que mató a Cora y, como decía, la despedazó y enterró en el sótano. Y se embarcó con Ethel hacia Norteamérica. Por cierto, Ethel, para despistar al personal, se disfrazó de grumete.
Pero, cuando estaban ya en alta mar, se encontró el cadáver de Cora y la policía avisó al capitán del barco con telegramas de manera que alertó a las autoridades de Canadá, entonces una colonia del Imperio inglés. Detuvieron a los culpables, los devolvieron a Inglaterra, fueron a juicio y Crippen fue condenado y colgado en noviembre de 1910.
Crippen había nacido en Coldwater, Michigan, en 1862 y se graduó en Medicina Homeopática en Cleveland en 1884. Su primera mujer, Charlotte, murió de un derrame cerebral en 1892. Crippen se trasladó a California con su hijo, después a Nueva York donde se casó con su segunda mujer, Corrine “Cora” Turner, conocida como “Belle Elmore”, aunque nacida como Kunigunde Mackamotski. Marcharon a Inglaterra en 1897.
Era amante de Ethel La Neve desde 1908. Cora desapareció en 1910 y, rápidamente, Ethel se traslado a casa de Crippen y comenzó a utilizar la ropa y las joyas de Cora. Crippen aseguró que Cora había vuelto a Estados Unidos, había muerto y la habían incinerado en California. Fue interrogado por la policía y le creyeron, pero se asustó y se embarcó en el SS Montrose hacia Canadá.
La policía sospechó y volvió a registrar su casa y encontraron un cadáver enterrado en el sótano. Como ya conté, fueron detenidos en Canadá y devueltos a Inglaterra. Fueron juzgados por separado en octubre de 1910, y Crippen condenado a muerte y su amante como cómplice. La Neve marchó a Estados Unidos la misma mañana de la ejecución de Crippen. Siempre proclamó su inocencia.
Un siglo después, en 2011, el equipo forense de David Foran, de la Universidad de Michigan, localizó en los archivos del Real Hospital de Londres, un portaobjetos con un corte de piel que, en el juicio, se dijo que era del cadáver del sótano y, por tanto, de Cora Crippen. Los forenses aislaron el fragmento de tejido y obtuvieron una lectura del ADN mitocondrial Sus conclusiones son sorprendentes: el tejido y, por tanto, el cadáver del sótano, no solo no es de Cora Crippen sino que pertenece a un hombre. Ejecutado, famoso y controvertido hasta después de su muerte.

Mary Jane Bennett con su hijo Ruby y Herbert Bennett
Herbert John Bennett, en cambio, tuvo el mismo destino pero ninguna fama, como tantos otros. Había nacido en 1880 y fue colgado el 21 de marzo de 1901, como ven con 21 años. Una vida rápida y corta. No era médico sino, más bien, un ladronzuelo de pocos vuelos, que se había casado con Mary Jane en 1897. Pero en 1900 se enamoró de una camarera llamada Alice Meadows. Bennett había dejado a su mujer y su hijo y propuso matrimonio a Alice.
El 14 de septiembre invitó a su mujer, Mary Jane, y a su hijo pasar el día en la playa de Yarmouth como oferta de paz para sus problemas matrimoniales. A la mañana siguiente se encontró su cadáver, estrangulada, en la playa.
Bennett había vuelto a Londres pero, cuando la policía identificó el cadáver, le buscó para interrogarle y encontró en su poder una cadena de oro de su mujer que, además, llevaba aquel día cuando fue a la playa.
Como contaba antes, fue juzgado en febrero de 1901 y colgado al mes siguiente. Ejecutado y olvidado.

Fuente: Violencia doméstica y violencia de género – Año 2017 INE – España
El riesgo para las mujeres baja con la edad creciente y aumenta con la diferencia de años entre hombre y mujer en la pareja. Y es mayor para las mujeres en parejas no establecidas respecto a las mujeres casadas. También aumenta el riesgo con la separación, sobre todo en los primeros tres meses, o en los intentos de recuperar la pareja, con la infidelidad, sea cierta o figurada, y, en general, con cualquier conflicto de la pareja.

Fuente: Violencia doméstica y violencia de género – Año 2017 INE – España
Además influyen factores individuales y sociales como, por ejemplo, el historial de violencia del agresor o su nivel extremo de control y posesión de la pareja. O, también, el desempleo, la pobreza o el abuso de alcohol y drogas. Incluso hay casos documentados en que la pareja, hombre y mujer, acepta la violencia como una conducta habitual y, por tanto, aceptable.
Marquesa de Brinvilliers: Una asesina bien preparada
En el siglo XVII y en Francia, en el siglo de Luis XIV, Marie Madeleine d’Aubrey, después Marquesa de Brinvilliers-La-Motte, causó sensación por su vida y por su muerte. Nació el 22 de julio de 1630 y era la mayor de cinco hermanos. Su padre, Antoine Dreux d’Aubrey, era Señor de Offémont y de Vilhers, Consejero de Estado, Preboste y Vizconde de París, Teniente Civil de París y personaje importante en la corte del Rey Sol.

Marie Madeleine Marguerite d’Aubray, marquesa de Brinvilliers
La niña era delicada, no muy alta, ojos azules, cabello castaño, piel blanca y fina, facciones agradables y tremendos ataques de ira que la convertían en una fiera rencorosa. Desde niña, a pesar de su estricta educación, dice la leyenda que se entregó a una vida disoluta. Se cuenta que a los siete años perdió la virginidad con alguno de sus hermanos, aunque otros afirman que la violó un criado de la casa.
Casó en 1651 con Antoine Gobelin, marqués de Brinvilliers, Maestre de Campo del Rey y ludópata empedernido, uniendo entre ambos una gran fortuna. En esa época, nuestra protagonista era una hermosa joven con aspecto inocente y cautivador. Tuvo siete hijos, aunque parece ser que su marido no era el padre de cuatro de ellos. Pronto fue la amante de Pierre Louis Reich de Pennantier, Tesorero de Languedoc y hombre de negocios que llegaría a ser Recaudador General del Clero.
Pero fue su propio marido quien le presentó al capitán de caballería y aficionado a la alquimia Godin de Sainte-Croix, hijo bastardo de una buena familia de Gascuña. Se llamaba Jean-Baptiste Godin y le apodaban Sainte-Croix. Con Godin, la vida de la joven marquesa cambia por completo. Gasta dinero sin tenerlo para satisfacer sus caros caprichos y los de su amante y vive continuamente al borde de la ruina. Tanto es así que Godin de Sainte-Croix acaba por huir de Francia perseguido por sus acreedores.
Es el padre, Dreux d’Aubrey, quien, ya que el marido consiente, intenta controlar a su hija y consigue, en 1663, encarcelar en La Bastilla al amante Godin de Sainte-Croix. Fue un error y una casualidad, pues su compañero de celda era un italiano, de nombre Exili o Ejili, experto en venenos y antiguo consejero (¿en venenos?) de la Reina Cristina de Suecia.
Al salir de La Bastilla, Godin se reencuentra con su amante y le enseña lo que ha aprendido sobre venenos y ella hace sus prácticas con enfermos que visita, se supone que por caridad, en los hospitales o con los pobres que van a su casa a pedir algo de comer. Ya ven, todo por caridad. Además, comenzaron a frecuentar a Christophe Glaser, en el Jardín Real de Plantas, farmacéutico suizo y proveedor del Rey, y, también conocido experto en venenos.
En poco tiempo se convierte en una experta y asesina a su padre en 1666 y a sus hermanos en 1670 con un intervalo entre de ellos de seis meses. Nada debe oponerse a recibir su herencia; necesita dinero para la vida de lujo y excesos que lleva con su amante Godin.
La marquesa envenenó a su padre, poco a poco, durante ocho meses, para que no se notara y pareciera una enfermedad. Para el mes de junio de 1666, su padre ya sufría males extraños y llamó a su hija al castillo de Offémont para que le cuidara. Pero aquello no tenía remedio y cuando la marquesa llegó, su padre empeoró. Con fuertes vómitos murió en septiembre en París, a donde había sido trasladado, atendido por los mejores médicos. Antes de su ejecución, la asesina confesará que le había envenenado entre 20 y 30 veces, ella misma o el criado de Sainte-Croix al que la marquesa había metido a servir en casa de su padre. Por cierto, mientras envenenaba a su marido, la marquesa se lió con el preceptor de sus hijos, llamado Briancourt, pues moría de celos porque Sainte-Croix andaba con otras mujeres y su marido tenía como amante a la joven señorita Dufay.
En 1670, también murieron sus dos hermanos, el primero en junio y el segundo en septiembre. En la autopsia no se encontraron pruebas de envenenamiento, pero la sospecha quedó y tuvo su influencia en futuros acontecimientos. La hermana que quedaba, prudentemente, decidió no volver a ver en su vida a su hermana y seguro que esa decisión le salvó la vida.
También intentó envenenar a su esposo pero el amante Sainte-Croix, viéndose en peligro, administró el antídoto al marqués. Por lo visto, el amante le tenía más miedo a la marquesa como viuda, sobre todo, porque quizá quisiera volver a casarse y, precisamente, con él. Hasta ahora solo suponía, diversión, dinero y poco compromiso, pero quién sabe lo que podría pasar en caso de boda. Así, la mujer envenenaba al marido y el amante lo salvaba de una muerte cruel. Además, fue un juego que duró años, con el marido siempre doliente y nunca muerto y el amante dándole el antídoto.
Sainte-Croix se asusta de la locura de su compañera y reúne pruebas, sobre todo cartas, de lo que está haciendo y las guarda en un cofre con instrucciones de que sea abierto en caso de muerte. Y, desgraciadamente para la marquesa, su amante muere por accidente en 1672, en una explosión en su laboratorio. El cofre se abre y la Brinvilliers huye a Londres, después a los Países Bajos y, finalmente, se establece en Lieja.
Mientras tanto, el criado de Sainte-Croix, que había sido cómplice de la marquesa en el envenenamiento de su padre, es detenido y confiesa. Más pruebas contra la asesina. Por fin, es detenida en Bélgica, engañada por el capitán Degrez, de la policía francesa, que se hace pasar por abad, y trasladada a Francia. El policía declaró que la había encontrado mendigando en un parque.
Intenta suicidarse y fracasa. Después de un largo juicio, entre el 29 de abril y el 16 de julio de 1676, es condenada, torturada y decapitada el 17 de julio. Su cuerpo fue quemado y las cenizas dispersadas por el viento.

“Júpiter y Tetis”. Óleo sobre lienzo (1811) de Jean Auguste Dominique Ingres. Zeus, representado en posición de majestad, la nereida Tetis en posición sumisa y suplicante. En la distancia, la esposa celosa de Zeus, Hera, observa la escena.
En el contexto evolutivo se afirma que los homicidios de la violencia de género vienen de mecanismos específicamente diseñados por la selección natural para provocar la muerte de la pareja en determinadas circunstancias. Los beneficios de matar a la pareja pueden ser superiores a los costos de perderla y, en su caso, tener que buscar otra de igual calidad. Por ello, la selección natural premiará esta conducta con una mayor eficacia en la reproducción. Se da en contextos de infidelidad o abandono, sobre todo cuando la mujer es deseada como reproductivamente valiosa, no hay hijos en la pareja y no hay cerca parientes próximos de la mujer que la puedan ayudar.
Las ventajas evolutivas del asesinato de la pareja son, en primer lugar, que se priva a los rivales de un recurso valioso para la reproducción, que se destierra del entorno a las mujeres con más de una pareja, y que se consigue, con la violencia, una reputación que amedrenta a los rivales.
Es la evolución de la psicología del macho la que dirige la violencia de género. Es un proyecto diseñado y seleccionado por la evolución para que, en nuestra especie, el macho tenga éxito en la supervivencia y, sobre todo, en la reproducción. Es la base de nuestra cultura y, en último término, del patriarcado o, dicho de otra manera, del modelo de amor romántico que prevalece en las relaciones sociales, con sus componentes de control y posesión de un sexo sobre otro.
Uno de los productos seleccionados por la evolución es el sentido de la propiedad sobre la mujer. Actúa, según la situación, para evitar el abandono y la infidelidad, con conductas de control que incluyen el riesgo de violencia y el asesinato.
Los humanos son de las pocas especies animales cuyos machos deben hacer una fuerte inversión de recursos en sus crías. Nacen pequeñas e indefensas, en realidad prematuras, porque después crece tanto el cráneo para contener al cerebro que sería imposible el parto por el tamaño de la pelvis de la mujer. Sin embargo, los machos no saben con certeza que las crías que cuidan son suyas. Por ello, la posibilidad de invertir recursos en las crías de otros machos, en definitiva en los genes de otros, es un problema adaptativo muy serio en nuestra especie, y todo gen que provoque conductas que eviten invertir en los genes de otros, conseguirá llegar a las siguientes generaciones y será seleccionado en la población.
Para prevenir esta inversión equivocada de recursos, la evolución ha seleccionado el mecanismo adecuado en los hombres para detectar la infidelidad en la pareja. Es más, los falsos positivos, es decir, detectar infidelidad cuando no existe, mecanismo típico de los celos, tienen un menor coste evolutivo que detectar falsos negativos y no descubrir la infidelidad cuando es real. Para el hombre, la evolución ha seleccionado mecanismos que sobreestiman la posible infidelidad de la pareja. Es la violencia, incluso herir y matar por si acaso.
Como es habitual en nuestra especie, una de las soluciones es la violencia. Así, los celos, o esa sobre percepción de la infidelidad, a menudo llevan a la violencia. Es obvio que la violencia inhibe la infidelidad de la pareja. Si la infidelidad ha sido cercana en el tiempo puede llevar a la agresión sexual que, está demostrado, aumenta cuando hay celos fuertes.
Son conductas que, ahora, calificamos de horribles y aberrantes pero en absoluto arbitrarias ni únicamente una manifestación del deseo del hombre por la dominación y control de la pareja sino, en último término, el resultado de una presión selectiva sobre nuestra especie para minimizar el riesgo de invertir recursos en en los genes de otros.
Henriette Caillaux: La asesina machista
Quizá fue idea de ella, seguro que lo fue de su abogado defensor pero, es innegable, su defensa ante el asesinato cometido y confeso fue extraordinaria para las reglas de conducta de nuestro tiempo. Y funcionó. Vean ustedes y aprendan de aquella época en que el machismo era algo serio, aceptado y de gran importancia social. Esta es la historia de Henriette Caillaux, la asesina machista, en la Francia de hace un siglo, justo antes de la Primera Guerra Mundial.

Henriette Caillaux
Nació el 6 de diciembre de 1874 en Rueil-Malmaison, en París, y murió el 29 de enero de 1943 en Mamers. A los 17 años conoció al político Joseph Caillaux, entonces con 31 años y casado, e iniciaron una relación íntima. Diez años después, en 1902, Caillaux se divorció y se casaron.
Caillaux llegó a ser Ministro de Finanzas y en 1913, en plena campaña electoral, el periodista Gaston Calmette, director de Le Figaro, le acusó de ayudar a un estafador ante los jueces, de recibir dinero para financiar sus campañas electorales y de conspirar en el Parlamento contra un proyecto sobre el impuesto sobre la renta que en público apoyaba. Además, Calmette sobornó a una criada de los Caillaux y obtuvo alguna de las cartas que Henriette había escrito a Joseph cuando aún estaba casado con su primera mujer, y las publicó en Le Figaro.
Ante los ataques a su marido, y además basados en cartas que había escrito ella, Henriette fue a la sede central de Le Figaro el 16 de marzo de 1914, pidió hablar con Gaston Calmette, entró su despacho, le reprochó a gritos su campaña contra Caillaux, disparó los seis tiros de su Browning y alcanzó al periodista con dos, en el pecho y en el hombro. Henriette huyó y Calmette murió unas horas más tarde.
Poco después, Henriette fue arrestada y llevada a juicio con la acusación de asesinato, con pena de muerte, y su propia confesión y muchos testigos como prueba del crimen. Defensa difícil, pero su abogado, Fernand Labori, desarrolló una estrategia hábil y, quizá, inesperada para muchos. Alegó que la acusada había cometido un crimen pasional empujada por un “impulso femenino irracional” y descontrolado. Incluso los hechos demostraban que no había sido capaz de planificarlo eficazmente para librarse del castigo y, además, que no era consciente de la gravedad de sus actos.
Labori aseguró ante el tribunal que una mujer es, siempre, “emocionalmente más débil que un hombre” y está “más inclinada a realizar actos irracionales”. En fin, que debía ser absuelta porque para una mujer “sus emociones no podían ser controladas por su débil razón”. Presentó declaración como testigo la primera mujer de Joseph, Berthe, y sus ataques a la pareja contribuyeron a convertir el juicio en un circo de gritos e insultos e, indirectamente, en dar la razón a Labori sobre la mentalidad de las mujeres.
El tribunal aceptó “la debilidad racional de la mujer” y absolvió a Henriette Caillaux el 28 de julio de 1914. Hay quien asegura que detrás de este veredicto hay también una conspiración política de jueces complacientes y jurados afines, pero, aún siendo así, los estereotipos de género de la época ayudaron a justificar la absolución por un asesinato. Un mes después estalló la Primera Guerra Mundial.
Décadas después, Henriette alcanzó la fama como historiadora del arte. A principios de los treinta se graduó en el Louvre y presentó una tesis sobre el escultor Jules Dalou que se publicó y se convirtió en obra de referencia. Murió en Mamers, en casa de su esposo, el 29 de enero de 1943. Al año siguiente, en 1944, murió su marido Joseph. Su militancia contra la guerra entre 1914 y 1918 le llevó a un juicio por alta traición y a una condena de tres años. Rehabilitado en los años veinte, volvió a la política y formó parte de varios gobiernos.
Sin embargo, como decía al comienzo, quedan muchas incógnitas por resolver. No sabemos por qué la violencia de género es, relativamente, frecuente mientras que el asesinato de la pareja es raro. Más del 12% de las mujeres en España han sido objeto de violencia de género sexual o física en 2015. Son casi tres millones de mujeres. Y las mujeres asesinadas fueron 57 ese mismo año 2015. Entre 2005 y 2012 se tramitaron casi un millón de denuncias por violencia de género, o sea, una de cada 25 mujeres sufrió violencia. Nos preguntamos por qué tanta violencia.
O, visto lo comentado más arriba, por qué las situaciones de conflicto, separación o abandono en la pareja no acaban más a menudo en asesinato. Fueron algo más de 100000 los divorcios en España en 2014.
Además, según un estudio publicado en 2017, entre los jóvenes de 16 a 24 años, el sexismo y la violencia de género están muy presentes. El 38% de las mujeres de esa edad, residentes en España y que tienen o han tenido pareja, han sufrido violencia psicológica. Incluso en las jóvenes de 16 y 17 años el porcentaje llega al 42.6%. Parece que estos jóvenes rechazan mayoritariamente la violencia física pero aceptan, incluso normalizan y no dan importancia a conductas menos extremas.
Mucho nos falta por aprender sobre cómo integrar en la violencia de género el contexto social y cultural, así como la personalidad fisiológica y psicológica de hombres y mujeres en la pareja actual, quizá muy diferente todo ello de la pareja de nuestros antecesores, aquellos que evolucionaron durante miles de años para llegar a lo que ahora somos y que, me temo, no es de mucha utilidad. Por ejemplo, está muy difundido el tópico de que quien mata a su pareja está loco o borracho. Pero, de los condenados en esta país por violencia doméstica entre 2001 y 2005, solo el 5.4% tuvo como atenuante alguna alteración psíquica, y un 3.4% el alcohol o las drogas.
Como resume Russil Durrant, de la Universidad Victoria de Wellington, en Nueva Zelanda, partimos de lo que la evolución seleccionó y le sumamos factores de riesgo como conflictos en la pareja o posibilidad de separación o infidelidad. Se unen la edad de la mujer y del hombre, la diferencia de edades y el historial del hombre, así como su sentimiento de posesión y control. Todo ello afecta a los mecanismos psicológicos de decisión y lleva a la violencia. Pero, no hay que olvidarlo, a pesar de todos estos condicionantes, la conducta final puede ser otra y se puede elegir entre violencia, violencia no letal y no violencia. Y la no violencia es la que se elige casi siempre y, repito, debemos conocer por qué, a veces, se elige la violencia más brutal. Así encontraremos respuestas para terminar con la violencia de género.
También hay casos de violencia a las mujeres que se salen del contexto que hemos tratado hasta ahora. Es cuando el asesino no conoce a la víctima. Es una desconocida o un contacto casual del asesino. No es violencia de pareja, es, estrictamente, violencia de género. Es un asesinato intencional de una mujer con la que hay o no contacto sexual. Puede ser un asesinato organizado y premeditado o impulsivo y desorganizado. El contacto sexual con la víctima puede ocurrir antes, durante o después del crimen, y en algunos casos no hay un solo asesino sino que son varios actuando en grupo. En general, este tipo de asesinatos no llega al 1% del total en un determinado país o región.
Juan Díaz de Garayo Ruiz de Argandoña, El Sacamantecas: Un asesino en serie del terruño
Nació el 16 de octubre de 1821 en Eguilaz, pedanía del municipio de San Millán, en el nordeste de la provincia de Álava, y murió por garrote vil en Vitoria el 11 de mayo de 1881. Entre 1870 y 1879, mató y violó, que sepamos, a seis mujeres, cuatro de ellas prostitutas, con edades que iban de 11 a 55 años. A varias de las víctimas les infringió crueles mutilaciones, al estilo de Jack El Destripador, y de ello viene el apodo de El Sacamantecas, con el que ha pasado a las leyendas y cuentos populares que se utilizan, sobre todo, para asustar a los niños.
Casado cuatro veces, enviudó tres veces, aunque parece que no intervino en la muerte de sus mujeres.
Detenido en 1880 y condenado a muerte, fue ejecutado con garrote vil en 1881 en la prisión del Polvorín Viejo de Vitoria. El verdugo, Gregorio Mayoral, de Burgos, era famoso en aquellos tiempos.
Fue en la Llanada alavesa, en unos campos que conocía bien, donde el 2 de abril de 1870 asesina a la primera mujer, una prostituta conocida como La Valdegoviesa; murió junto al arroyo conocido como Errekatxiki. Había trabajado como criado para tareas agrícolas en muchos pueblos de la zona y los había recorrido a menudo. Un año después mata a su segunda víctima, de nuevo una prostituta y, en agosto de 1872, los asesinatos tercero y cuarto se suceden con rapidez. La tercera víctima es una adolescente y la cuarta otra prostituta. En 1873 y 1874 ataca a una prostituta y a una vieja mendiga que logran escapar con vida. Pasan cuatro años hasta la siguiente víctima y es en 1878 y 1879 cuando se reinician los asesinatos, primero con dos ataques sin muerte, y en septiembre con la muerte de una joven campesina, a la que destripa para alimentar la leyenda de El Sacamantecas. Solo dos días después, llega la sexta víctima, estrangulada, violada y mutilada con crueldad.
Parece que sus bodas, tener una mujer a su disposición, le calmaba; quedaba tranquilo y saciado su excitable temperamento que, de no ser así, le arrastraba a las prostitutas y, con los años, al crimen. Quizá el periodo más feliz y sosegado de su vida fueron los 13 años que estuvo casado con su primera mujer, una viuda rica y de más edad, a la que llamaban la Zurrumbona por haber estado casada con El Zurrumbón, apodo que heredó Garayo al casar con la viuda. Cuando ella murió, comenzó la carrera criminal de Garayo.
Estamos en la época de Cesare Lombroso y sus libros El Hombre Delincuente o El delito, sus causas y remedios. Escribe que al criminal se le detecta con rapidez y facilidad por su aspecto físico: frente breve y huidiza, cerebro pequeño, ojos juntos, nuca plana, todo ello prueba irrefutable de su degeneración. Además, al criminal todo esto le viene de familia y, por ello, hay que estudiar los antecedentes de los criminales para encontrar signos que delaten sus tendencias criminales. Y todo ello empeora por la vida disoluta y el abuso del alcohol.
Para demostrar o refutar esta teoría, nada menos que diez médicos militares, otros seis alienistas, algún farmacéutico y una docena de periodistas asistirán a la autopsia de El Sacamantecas, recién ejecutado y con el cadáver aún caliente. Y dirigiendo la reunión, el Dr. José María Esquerdo y Zaragoza, ilustre y conocido frenópata de aquellos tiempos, famoso defensor de las teorías de Lombroso. Al buen doctor sólo le interesaba el cráneo de Garayo; allí esperaba encontrar las pruebas de su locura. El cerebelo pequeño y aplastado; el cuerpo romboidal disminuido y con mal color; los corpúsculos de Pacchioni demasiado grandes y la cresta occipital externa también algo exagerada; todos son datos que apoyan las ideas del Dr. Esquerdo.
Además, la familia es un desastre: el padre, borracho, cruel y poco de fiar; la madre, una histérica; los cinco hermanos, todos raros, aunque destaca Florentina, repulsiva, violenta, cruel, vengativa, enjuta de carnes, impúdica, de ojos negros, pequeños, vivos y penetrantes, y con nueve hijos, de ellos, ocho ya han muerto. Incluso, un periodista de La Vanguardia ha conseguido añadir a este catálogo de monstruosidades de la pobre Florentina una más que ni sé lo que significa: tiene “subritérico color”. Por cierto, color que no he encontrado ni el Diccionario de la Lengua.
Hasta el propio Sacamantecas llamaba la atención por su aspecto repulsivo. Se cuenta, aunque no es cierto, que fue detenido porque una niña que se cruzó con él y que no le conocía de nada, gritó asustada “¡Madre! ¡Madre! ¡El Sacamantecas!”. En realidad fue detenido por un perspicaz alguacil de Vitoria, llamado Pío Fernández de Pinedo, que le reconoció, cuando se cruzó con él por la calle, por la descripción que habían hecho las víctimas que habían sobrevivido a su ataque. La descripción de las crónicas periodísticas dicen que era sanguíneo, atlético, de frente estrecha y occipucio plano, con la base del cráneo ancha, color animado, pómulos salientes, facciones fruncidas, ojos pequeños, hundidos, desviados y uno de ellos torcido con siniestra mirada.. Además, nos cuentan que era imbécil, egoísta, glotón e indiferente; taciturno y frío, y nunca tuvo más amigo o amo que el vino. En fin, que con su aspecto, su cráneo, su familia y su azarosa vida, cumplía a la perfección todas las condiciones que pedía el Dr. Esquerdo para declararlo el perfecto delincuente. Era un loco sin remedio. Todo ello aunque, en la vista oral, los médicos forenses declararon a Garayo plenamente consciente de sus actos. El Dr. Esquerdo no estaba en absoluto de acuerdo.
Para terminar, y como propone Enrique Burunat, de la Universidad de La Laguna, ha llegado el momento de estudiar los mecanismos neurobiológicos que están detrás de la violencia, sobre todo la de los hombres contra sus parejas. Visto que el enfoque único legal y policial ayuda pero no termina con esta violencia, Burunat propone la prevención y los tratamientos farmacológicos y terapéuticos desde el sistema público de salud. La violencia de género es un problema de salud pública.
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Sobre el autor: Eduardo Angulo es doctor en biología, profesor de biología celular de la UPV/EHU retirado y divulgador científico. Ha publicado varios libros y es autor de La biología estupenda.
El artículo Violencia de género se ha escrito en Cuaderno de Cultura Científica.
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La ciencia quizás tenga valores… pero no sabemos cuáles son
A lo largo de las anotaciones anteriores hemos visto como, desde una tradición anterior al siglo XX en la que no cabían cuestiones de orden axiológico, durante el primer tercio de ese siglo se pasó, no sin resistencia, a incorporar la noción de los valores al acervo de los estudios de sociología y filosofía de la ciencia. Ello tuvo mucho que ver con las cada vez mayores implicaciones sociales, económicas e ideológicas de la ciencia y sus productos. Fueron sobre todo consideraciones relativas a los efectos de la tecnología que se derivaba del desarrollo de la ciencia y a la contraposición de determinados valores muy extendidos socialmente con valores y principios propios de la empresa científica lo que llevó a Merton (1942) a enunciar el conocido como ethos de la ciencia, ethos al que iban asociados una serie de valores.
Como vimos en la anotación anterior, no obstante, este asunto sigue siendo controvertido en el marco de la filosofía de la ciencia. Por esa razón, y al objeto de disponer de una perspectiva más amplia, y dado que el tema tratado ha concitado el interés no sólo de sociólogos y filósofos de la ciencia, sino también de científicos y divulgadores, he considerado de interés incluir de forma sumaria, lo que algunos de esos científicos y divulgadores han afirmado en relación con el tema. No pretendo que este repaso mínimo sirva para elaborar una reflexión meditada sobre la noción de los valores de la ciencia y sus implicaciones. Mi intención se limita a ilustrar la gran diversidad de rasgos, cualidades, actitudes y virtudes que son consideradas al tratarlo.
Santiago Ramón y Cajal (1898), en su “Reglas y consejos sobre investigación científica. Los tónicos de la voluntad”, incluye un capítulo, el tercero, titulado “Cualidades de orden moral que debe poseer el investigador”. Si bien es cierto que, en sentido estricto, quizás estas cualidades no sean del todo asimilables a la noción de valores utilizada por Merton (1942), no lo es menos que pueden considerarse perfectamente homologables a muchas otras cualidades que han venido siendo consideradas como valores. Por esa razón se han incluido aquí, y porque al fin y al cabo, no deja de ser una de las primeras referencias a estos temas escritas por un científico español. Para Ramón y Cajal, el científico ha de tener independencia de juicio, perseverancia, pasión por la gloria, patriotismo y gusto por la originalidad.
En un libro muy conocido del físico y divulgador científico norteamericano Carl Sagan (1995), “El mundo y sus demonios”, en el capítulo II, “Ciencia y esperanza”, hace una reflexión acerca de la ciencia, de su relación con la sociedad y de lo que cree que significa para la humanidad. En ese contexto, va desgranando una serie de ideas y atribuyendo a la ciencia una serie de cualidades. He recopilado la siguiente lista: cautela (escepticismo), racionalidad, autocrítica, apertura, independencia de juicio, humildad, imaginación, disciplina, coherencia, espíritu crítico, honestidad, y libre intercambio de ideas.
He incluido en esta breve relación a Ramón Núñez (2010), creador de los museos científicos coruñeses y a quien se considera padre de la museología científica española. Núñez, en una intervención en el Senado, enunció lo que su autor denomina “valores culturales de la ciencia”. Son los siguientes: curiosidad, escepticismo, racionalidad, universalidad, provisionalidad, relatividad, autocrítica, iniciativa, apertura y creatividad.
Por último, me ha parecido de interés incluir aquí los resultados de una encuesta en la que unas pocas personas, dedicadas a la investigación, a la docencia de materias de ciencia y a la divulgación científica respondían a la pregunta de cuáles son a su juicio los tres principales valores de la ciencia. No pretendo que los resultados de esta encuesta sean extrapolables, por supuesto. He reformulado algunas respuestas para agrupar las que tenían contenidos muy similares, y he puesto entre paréntesis el número de veces en que se daba la respuesta en cuestión. Comprobé que las respuestas dadas eran clasificables en dos grandes categorías: funciones que cumple la ciencia, una, y sus cualidades (o virtudes), la otra. Y cada una de esas dos categorías podía subdividirse, a su vez, en otras dos, atendiendo a si eran rasgos de carácter general o de carácter epistémico. Así pues, relaciono a continuación las respuestas dadas, agrupadas en las cuatro subcategorías indicadas.
Funciones
Proporciona progreso y bienestar (8); es fuente de criterio (5); promueve la educación y la cultura (1); proporciona placer y asombro (1).
Funciones epistémicas
Proporciona conocimiento objetivo (4); hace uso de y promueve el pensamiento crítico (4); busca respuestas (2); ofrece certezas (2); proporciona experiencia vital (2); atrae la inteligencia (1); desmitifica (1); permite comparar (1); facilita el intercambio de ideas (1).
Cualidades
Humildad (5); cooperatividad (3); honradez (2); belleza (1); generosidad (1); transparencia (1); valentía (1); resiliencia frente a sus demonios (1).
Cualidades epistémicas
Universalidad (7); curiosidad (7); objetividad (3); revisable/provisional (3); creatividad (3); escepticismo (2); racionalidad (2); realismo (1); rigor (1).
Conclusión
Si nos fijamos hoy en lo que diferentes filósofos, científicos y divulgadores de la ciencia han escrito al respecto (la relación contenida en este texto no es, ni de lejos, exhaustiva), vemos fácilmente que las dificultades a las que se refería Menéndez Viso (2005) son reales. Los resultados de la encuesta, aunque carentes de rigor estadístico, dan cuenta de una gran diversidad de visiones que no hace sino confirmar esas dificultades. En definitiva, no puedo sino concluir que la noción “valores de la ciencia” se encuentra sumida en una gran confusión.
Y sin embargo, si pretendemos que esa noción resulte de alguna utilidad, más allá de formular un desiderátum acerca de cómo nos gustaría a cada uno que fuese la ciencia o qué requisitos éticos deberían cumplir la práctica científica, y sus bienes y productos, debería clarificarse esta noción, precisar su significado. Menéndez Viso (2005) propone recuperar la noción aristotélica de la prudencia. Es una idea sugerente, pero creo que es una noción útil sobre todo en relación con la aplicación práctica de los resultados de la ciencia. Dudo que lo sea si de lo que se trata es de caracterizar a la empresa científica en sí.
Me parece una tarea necesaria. La ciencia se sigue encontrando en el punto de mira de ideologías que le son adversas. Me refiero a las ideologías políticas totalitarias y a las corrientes de pensamiento que niegan a la ciencia su valor epistémico atribuyéndole la condición de mera construcción social. Por esa razón, y dado que la ciencia, como cualquier otra empresa humana, requiere de un grado suficiente de legitimación y apoyo social, es necesario clarificar el dominio de los valores de la ciencia de manera que sirvan para proporcionárselos. Para ello, es importante determinar con precisión a qué nos referimos cuando hablamos de valores de la ciencia, si a principios, cualidades, virtudes, actitudes, normas o bienes, por citar algunas de las nociones potencialmente válidas. Sin esa clarificación, la de los valores de la ciencia será una noción inútil, por confusa. Y es que también en este dominio vale el aserto baconiano: “se aprende más del error que de la confusión”.
FuentesMenéndez Viso, Armando (2005): Las ciencias y el origen de los valores Siglo XXI, Madrid
Merton, Robert K (1942): “Science and Technology in a Democratic Order” Journal of Legal and Political Sociology 1: 115-126. [Traducción al español como “La estructura normativa de la ciencia” en el volumen II de “La Sociología de la Ciencia” Alianza Editorial 1977, traducción de The Sociology of Science – Theoretical and Empirical Investigations, 1973]
Núñez Centella, Ramón (2010): “La cultura científica” (Intervención en la Reunión de Presidentes de Comisiones de Ciencia e Innovación de los Parlamentos Nacionales de los Estados miembros de la Unión Europea y del Parlamento Europeo; 25 de marzo de 2010).
Ramón y Cajal, Santiago (1898): Reglas y consejos sobre investigación científica. Los tónicos de la voluntad. Espasa Calpe, Madrid, 1941.
Sagan, Carl (1995): The Demon haunted World, Random House, New York [Traducción al español: El Mundo y sus demonios, Planeta, Barcelona (2006)]
Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU
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Algunas visiones en filosofía de la ciencia sobre sus valores
Una vez que Merton (1942) abrió la puerta a los valores como un elemento fundamental para caracterizar la empresa científica y para sustentar la legitimación social de la misma, otros autores han aportado su propia visión. Paso a continuación a hacer un breve repaso, recurriendo, para ello, a referencias recogidas por Javier Echeverría en sendos trabajos de 1995 y de 2002.
De acuerdo con la teoría de los objetivos de la ciencia de Karl Popper: “la ciencia busca la verdad y la resolución de problemas de explicación, es decir, que busca teorías de mayor capacidad explicativa, mayor contenido y mayor contrastabilidad.” Según Popper, la objetividad científica exige que las conjeturas sean sometidas a prueba; por eso, la falsación y la crítica no son sólo preceptos metodológicos, son también reglas propias del ethos de la ciencia. Por otra parte, la comunicabilidad del conocimiento científico (y en concreto la escritura) son condiciones sine qua non para que esa objetividad sea factible. Popper formuló una nueva característica universal para todo tipo de ciencias (formales, naturales, sociales), a saber, su carácter público. “[..] decimos que una experiencia es pública, cuando todo aquel que quiera tomarse el trabajo de hacerlo puede repetirla,” para remachar a continuación: “Esto es lo que constituye la objetividad científica. Todo aquel que haya aprendido el procedimiento para comprender y verificar las teorías científicas puede repetir el experimento y juzgar por sí mismo.” Y por lo mismo, la universalidad de la ciencia es otro valor continuamente subrayado por él. La investigación científica se lleva a cabo en un marco social, cultural, institucional e histórico determinado. Sin embargo, ello no implica que no podamos sobrepasar dicho marco, conduciendo nuestra indagación hacia una mayor universalidad.
“En último término, el progreso depende en gran medida de factores políticos, de instituciones políticas que salvaguarden la libertad de pensamiento: de la democracia.” […] La axiología subyacente a la teoría popperiana del objetivo de la ciencia nos muestra nuevos valores, que él considera fundamentales para el desarrollo de la actividad científica: por ejemplo la libertad de pensamiento y la libertad de crítica.
Mario Bunge negó la dicotomía entre hechos y valores en la ciencia y mantuvo al respecto una postura matizada: “el contenido del conocimiento científico es axiológica y éticamente neutral”, pero “algunos de los criterios que se emplean en ciencia son claramente normativos”. Para Bunge, “los valores son propiedades relacionales que adjudicamos en ciertas ocasiones a cosas, actos o ideas, en relación con ciertos desiderata“. Hay valores que la ciencia moderna ha promovido siempre, como la verdad, la novedad, el progreso, la libertad y la utilidad. Bunge afirmó incluso que “la actividad científica es una escuela de moral” y que “la ciencia es una fuerza moral a la vez que una fuerza productiva”, para terminar diciendo que “en conclusión, la ciencia, en su conjunto, no es éticamente neutral”.
En una conferencia dictada en 1973, Thomas Kuhn planteó una nueva pregunta en filosofía de la ciencia: ¿cuándo una teoría científica es buena (o mala)? En lugar de preguntar sobre la verdad, falsedad, verosimilitud, falsabilidad, contrastabilidad, etc., de las teorías científicas, como era habitual entre los filósofos de la ciencia, Kuhn suscitó una cuestión que es previa a la de la verdad, falsedad o verosimilitud de las teorías. Según Kuhn, los científicos criban previamente las propuestas y para ello recurren a una serie de requisitos y valores a los que hay que prestar gran atención.
Respondiendo a su propia pregunta, Kuhn indicó al menos cinco características para admitir que una teoría científica es buena: precisión, coherencia, amplitud, simplicidad y fecundidad. Posteriormente sugirió un sexto valor, la utilidad, de índole mayormente técnica, por lo que Kuhn no lo incluyó en su lista inicial de “valores de la ciencia”. También subrayó que ninguno de esos criterios basta por sí mismo para dilucidar si una teoría es buena o no y, por supuesto, tampoco para decidir si es verdadera o falsa. Sin embargo, los cinco son requisitos axiológicos exigibles a toda teoría científica, es decir, condiciones necesarias, pero no suficientes.
Según Kuhn, “[,,,] una teoría debe ser precisa: esto es, dentro de su dominio, las consecuencias deducibles de ella deben estar en acuerdo demostrado con los resultados de los experimentos y las observaciones existentes. En segundo lugar, una teoría debe ser coherente, no sólo de manera interna o consigo misma, sino también con otras teorías aceptadas y aplicables a aspectos relacionables de la naturaleza. Tercero, debe ser amplia: en particular las consecuencias de una teoría deben extenderse más allá de las observaciones, leyes o subteorías particulares para las que se destinó en un principio. Cuarto, e íntimamente relacionado con lo anterior, debe ser simple, ordenar fenómenos que, sin ella, y tomados uno por uno, estarían aislados y, en conjunto, serían confusos. Quinto -aspecto algo menos frecuente, pero de importancia especial para las decisiones científicas reales-, una teoría debe ser fecunda, esto es, debe dar lugar a nuevos resultados de investigación: debe revelar fenómenos nuevos o relaciones no observadas antes entre las cosas que ya se saben.” […] “toda elección individual entre teorías rivales depende de una mezcla de factores objetivos y subjetivos, o de criterios compartidos y criterios individuales. Como esos últimos no han figurado en la filosofía de la ciencia, mi insistencia en ellos ha hecho que mis críticos no vean mi creencia en los factores objetivos.”
En su libro Reason, Truth and History (1981), Hilary Putnam no sólo negó la dicotomía positivista entre hechos y valores, sino que afirmó tajantemente que no hay hechos científicos ni mundo sin valores. Según Putnam, “sin los valores cognitivos de coherencia, simplicidad y eficacia instrumental no tenemos ni mundo ni hechos”
En 1984 Larry Laudan publicó un libro con el sugestivo título Science andValues, pero desde las primeras páginas anunciaba que no iba a ocuparse de las relaciones entre la ciencia y la ética, sino que se centraría exclusivamente en los valores epistémicos:
“No tengo nada que decir sobre los valores éticos como tales, puesto que manifiestamente no son los valores predominantes en la empresa científica. Ello no equivale a decir que la ética juegue papel alguno en la ciencia; por el contrario, los valores éticos siempre están presentes en las decisiones de los científicos y, de manera muy ocasional, su influencia es de gran importancia. Pero dicha importancia se convierte en insignificancia cuando se compara con el papel omnipresente (ubiquitous)de los valores cognitivos. Una de las funciones de este libro consiste en corregir el desequilibrio que ha llevado a tantos escritores recientes sobre la ciencia a estar preocupados por la moralidad científica más que por la racionalidad científica, que será mi tema central.”
En relación a los criterios axiológicos que se utilizan para evaluar las teorías y los problemas, Laudan sólo se ocupa de los valores epistémicos (verdad, coherencia, simplicidad y fecundidad predictiva) o, como también dice, de la «evaluación cognoscitivamente racional». Puede haber problemas muy importantes desde un punto de vista político o económico, pero éstos pertenecen a «las dimensiones no racionales de la evaluación de problemas».
FuentesEcheverría, Javier (1995): El pluralismo axiológico de la ciencia. Isegoria 12: 44-79
Echeverría, Javier (2002): Ciencia y Valores; Barcelona, Ediciones Destino.
Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU
El artículo Algunas visiones en filosofía de la ciencia sobre sus valores se ha escrito en Cuaderno de Cultura Científica.
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El ethos de la ciencia y las normas de Merton
Como hemos visto en la anotación anterior (Merton, 1938), la ciencia dejó de ser inmune al ataque, las restricciones y la represión. Antaño la fe de la cultura occidental en la ciencia había sido ilimitada, indiscutida y sin rival. Hace 350 años, cuando la institución de la ciencia poseía escasos títulos propios para reclamar apoyo social, también los filósofos de la naturaleza tuvieron que justificar la ciencia como un medio para lograr los fines culturalmente convalidados de la utilidad económica y la glorificación de Dios. La actividad científica, pues, no era un valor evidente por sí mismo. Pero con la interminable serie de éxitos, lo instrumental se transformó en lo final, el medio en el objetivo. Así fortalecido, el científico llegó a considerarse independiente de la sociedad, y a la ciencia como una empresa que se validaba a sí misma, que estaba en la sociedad pero que no le pertenecía. La revuelta contra la ciencia, sin embargo, obligó a que científicos y legos, por igual, le prestasen su atención.
Los ataques incipientes y manifiestos contra la integridad de la ciencia condujeron a los científicos a reconocer su dependencia de tipos particulares de estructura social. Las asociaciones de científicos han venido dedicado manifiestos y declaraciones a las relaciones entre la ciencia y la sociedad. La crisis invitó a una autoevaluación. Al tener que enfrentarse a los desafíos a su modo de vida, los científicos se vieron obligados a tomar conciencia de sí mismos, como elementos que forman parte de la sociedad y que tienen obligaciones e intereses. Los científicos se vieron obligados a justificar ante la sociedad los modos de obrar de la ciencia.
Así pues, tras indagar acerca de los motivos por los que la empresa científica empezó a ser cuestionada, Merton (1942) pasó a analizar la estructura normativa de la ciencia. Intentó, de esta forma, identificar los valores y las normas que guían la acción de los científicos, porque entendía que debían reexaminarse sus fundamentos, reformular sus objetivos y buscar una nueva justificación. La legitimación que alcanzó en el siglo XVII y que mantuvo durante los dos siglos siguientes, ya no era suficiente para garantizar la continuidad de la empresa científica.
La palabra “ciencia”, según Merton (1942) se refiere a una variedad de cosas distintas, aunque relacionadas entre sí. Normalmente se utiliza para denotar: (1) un conjunto de métodos característicos mediante los cuales se certifica eI conocimiento; (2) un acervo de conocimiento acumulado que surge de la aplicación de estos métodos; (3) un conjunto de valores y normas culturales que gobiernan las actividades científicas; (4) cualquier combinación de los elementos anteriores. Aquí nos ocuparemos, de manera preliminar, de la estructura cultural de la ciencia, esto es, de un aspecto limitado de la ciencia como institución.
Es a esas normas a las que se referirá Merton (1942) a continuación, normas que dejará formuladas y que desde entonces se han considerado una referencia fundamental en todos los estudios que han abordado el asunto de los valores de la ciencia. Se las denomina, de hecho, “normas mertonianas”.
En expresión de quien acuñó la fórmula, “el ethos de la ciencia es ese complejo, con resonancias afectivas, de valores y normas que se consideran obligatorios para el hombre de ciencia. Las normas se expresan en forma de prescripciones, proscripciones, preferencias y permisos. Se las legitima en base a valores institucionales. Estos imperativos, trasmitidos por el precepto y el ejemplo, y reforzados por sanciones, son internalizados en grados diversos por el científico, moldeando su conciencia científica. Aunque el ethos de la ciencia no ha sido codificado, se lo puede inferir del consenso moral de los científicos tal como se expresa en el uso y la costumbre, en innumerables escritos sobre el espíritu científico y en la indignación moral dirigida contra las violaciones del ethos”.
Para Merton (1942), el fin institucional de la ciencia es el crecimiento del conocimiento certificado. Y los métodos empleados para alcanzar ese fin proporcionan la definición de conocimiento apropiada: enunciados de regularidades empíricamente confirmados y lógicamente coherentes (que son, en efecto, predicciones). Los imperativos institucionales (normas) derivan del objetivo y los métodos. Toda la estructura de normas técnicas y morales conducen al objetivo final. La norma técnica de la prueba empírica adecuada y confiable es un requisito para la constante predicción verdadera; la norma técnica de la coherencia lógica es un requisito para la predicción sistemática y válida. Las normas de la ciencia poseen una justificación metodológica, pero son obligatorias, no sólo porque constituyen un procedimiento eficiente, sino también porque se las cree correctas y buenas. Son prescripciones morales tanto como técnicas.
Si la comunidad científica comparte un proyecto común –la construcción de un cuerpo de conocimiento certificado o fiable acerca del mundo y de cómo funciona-, las normas que Merton (1942) identificó son algo parecido a los valores compartidos por esa comunidad, valores que son considerados esenciales. Una interpretación actualizada de las normas mertonianas, es la que propone el físico John Ziman (2000), y que se presenta a continuación.
- Universalismo.Lo importante en la ciencia no es quién la practica, sino su contenido, los conocimientos que adquirimos acerca del mundo y de los fenómenos que ocurren en él.Todos pueden contribuir a la ciencia con independencia de su raza, nacionalidad, cultura o género. Y por lo tanto, todos han de ser tratados como potenciales contribuyentes a la ciencia.
- Comunismo. No se trata del comunismo al que se refiere la ideología marxista-leninista, sino de un punto de vista según el cuál, el conocimiento científico debería ser compartido por el conjunto de la comunidad científica, con independencia de qué parte de los descubrimientos han sido hechos por unos u otros científicos. Así pues, todos los científicos deberían tener el mismo acceso a los bienes científicos y debería haber un sentido de propiedad común al objeto de promover la colaboración. El secretismo es lo opuesto a esta norma, puesto que el conocimiento que se oculta, que no se hace público no es de ninguna ayuda en el cumplimiento del objetivo de la comunidad, que el conocimiento certificado crezca.
- Desinterés.Se supone que los científicos actúan en beneficio de una empresa científica común, más que por ganancia personal. No obstante, no debe confundirse este “desinterés” con altruismo. De lo que se trata es de que los beneficios que puedan proporcionar los descubrimientos científicos, sin dejar de favorecer a quien los realice, no deben entorpecer o dificultar la consecución del objetivo institucional de la ciencia: la extensión del conocimiento cretificado.
- Escepticismo organizado. El escepticismo quiere decir que las declaraciones o pretensiones científicas deben ser expuestas al escrutinio crítico antes de ser aceptadas. Este es el valor que compensa el universalismo. Todos los miembros de la comunidad científica pueden formular hipótesis o teorías científicas, pero cada una de ellas debe ser evaluada, sometida al filtro de la prueba o la refutación para comprobar si se sostiene. Las propuestas que superan esa prueba con éxito pasan a formar parte del bagaje universal de conocimiento científico. El escepticismo es el valor que permite que funciones el del desinterés, porque sin escepticismo es más fácil caer en la tentación de anteponer el interés personal al del conjunto de la comunidad científica.
Las normas mertonianas son las que los científicos creen que deberían seguir, lo que creen que les es permitido hacer, y lo que sería bueno para ellos que hicieran. En otras palabras, por normas no se identifica lo que los científicos hacen normalmente, no necesariamente al menos; a veces lo que hacen no satisface lo que piensan que deberían hacer. Pero eso no quiere decir que a los científicos se les dé un manual que incluye las normas de Merton. Ellos las adquieren prestando atención a lo que hacen otros científicos en su comunidad, qué comportamientos castigan y cuáles premian.
FuentesMerton, Robert K (1938): “Science and the Social Order” Philosophy of Science 5 (3): 321-337. [Traducción al español como “La ciencia y el orden social” en el volumen II de “La Sociología de la Ciencia” Alianza Editorial 1977, traducción de The Sociology of Science – Theoretical and Empirical Investigations, 1973]
Merton, Robert K (1942): “Science and Technology in a Democratic Order” Journal of Legal and Political Sociology 1: 115-126. [Traducción al español como “La estructura normativa de la ciencia” en el volumen II de “La Sociología de la Ciencia” Alianza Editorial 1977, traducción de The Sociology of Science – Theoretical and Empirical Investigations, 1973]
Ziman, John (2000). Real Science: What It Is and What It Means. Cambridge University Press.
Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU
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La hostilidad a la ciencia
En el mismo año que se había publicado el ensayo relativo a la relación entre la ciencia moderna y el protestantismo glosado en la anotación previa, Merton (1938) publicó una conferencia que había pronunciado en diciembre del año anterior ante la American Sociological Society. En dicha conferencia se refirió a los ataques que había venido recibiendo la ciencia en los años anteriores y expuso una serie de ideas acerca de los motivos por los que, a su entender, se estaban produciendo esos ataques. Sintetizo a continuación los puntos más significativos de su trabajo.
Parte de la base de que hace falta que haya personas interesadas en dedicarse a la investigación científica para que haya ciencia. Pero como eso es algo que requiere una serie de condiciones culturales, es importante conocer qué es lo que motiva que se inicie una carrera científica y cuáles son los factores que la pueden obstaculizar o impedir.
Por otro lado, cree que la hostilidad hacia la ciencia tiene un origen doble. El primero sería que los resultados o métodos de la ciencia sean contrarios a determinados valores sociales. O sea, si hay ciertos valores que son mayoritariamente compartidos en la sociedad y la ciencia se percibe como contraria a esos valores, ello sería una fuente de hostilidad. Y el segundo descansa en la sensación de incompatibilidad entre los sentimientos que encarna el ethos científico y los que se encuentran en otras instituciones. De la misma forma, también puede ocurrir lo contrario; por esa razón, la posición de la ciencia puede ser analizada como la resultante de dos conjuntos de factores en conflicto, que apoyan o son contrarias a la ciencia como actividad social a gran escala.
Merton (1938) pone como ejemplo la situación que se produjo en la Alemania nazi a partir de 1933, donde las trabas a la ciencia fueron un subproducto de la ideología nacionalsocialista1. Además, en las instituciones –universidades incluidas- de la Alemania del III Reich había un tono general antiintelectual, por su desprecio del teórico y su glorificación del hombre de acción. Y ese tono, no exclusivo de Alemania además, podía tener consecuencias de largo alcance.
Por otra parte, en los estados totalitarios se exige máxima lealtad al propio Estado, lo que implica, en el caso de los científicos, tener que renunciar a las normas institucionales que entran en conflicto con las de aquél. Las normas del ethos científico deben ser sacrificadas, en tanto exigen repudiar los criterios de validez científica o mérito científico impuestos políticamente. En un orden liberal, sin embargo, la limitación de la ciencia no se produce de esa forma, ya que las instituciones que no son políticas gozan de una considerable autonomía.
Pero la situación que se produjo en Alemania no es la única que pudo dar lugar a actitudes de hostilidad hacia la ciencia. Merton (1938) señala que a menudo los científicos defienden el carácter “puro” de la ciencia, y lo hacen al objeto de preservar su autonomía de elementos extraños como las doctrinas religiosas, la utilidad económica, o la conveniencia política. Por lo tanto, se defiende la pureza de la ciencia para evitar que se limiten las direcciones de su potencial avance y amenacen la estabilidad y continuidad de la investigación científica valorada socialmente. El criterio tecnológico del logro científico también tiene una función social para la ciencia, pues los bienes y productos que ofrece la tecnología -y, en última instancia, también la ciencia- promueven el apoyo social a la misma. La razón es clara: el público difícilmente está en condiciones de comprender el trabajo científico y sus resultados, por lo que la gente no puede evaluarlos directamente; lo que sí puede hacer, sin embargo, es valorar los productos que genera. Esa es, en definitiva, una forma de hacer intelectualmente comprensible una práctica que, de otra forma, sería inaccesible.
Pero ocurre que el énfasis en la pureza de la ciencia ha tenido también efectos negativos para ella. Como consecuencia de esa actitud los científicos, al no poder controlar su posterior desarrollo, se desentienden y no se hacen responsables de los usos posteriores que pueda hacerse de sus descubrimientos. Y si esos usos tecnológicos generan rechazo en la población, el rechazo alcanzará finalmente también a la ciencia. Los motivos pueden ser muy variados, desde la oposición a los usos bélicos hasta el efecto de la tecnología sobre el medio ambiente o el mercado de trabajo. Pero el caso es que sean cuales sean esos motivos o lo justificados que estén, la oposición a la ciencia es su consecuencia. Así pues, la preocupación por el objetivo primario –la promoción del conocimiento por su valor intrínseco, preservando la pureza de la ciencia- está asociada a una desatención hacia las consecuencias que están al margen del interés inmediato, pero los resultados sociales reaccionan de tal modo que obstaculizan las metas originales. Ese comportamiento anula valores que no son fundamentales para la ciencia, pero son parte integrante de la escala social de valores. Por lo tanto, los efectos de la investigación científica, dado que no se realiza en un vacío social, se ramifican en otras esferas de valores e intereses. En expresión de Merton “el principio de la ciencia pura y desinteresada ha contribuido a elaborar su propio epitafio”.
Otro mecanismo potencialmente generador de hostilidad hacia la ciencia, según Merton (1938), es la enorme distancia que hay entre los científicos y los legos en cuanto al grado de comprensión de los asuntos de naturaleza científica. Hay toda una panoplia de conceptos –los que son propios de la Teoría de la Relatividad o de la Mecánica Cuántica, por ejemplo- que resultan completamente ajenos a la experiencia cotidiana de la gente. Es cierto que en la medida en que esos conceptos científicos estén vinculados a la consecución de determinados logros tecnológicos, el público está dispuesto a darlos por buenos. Pero esa distancia implica que para la mayor parte de la gente la ciencia está unida a una terminología esotérica. Y una vez que se dan por buenos conceptos expresados mediante esa terminología, otras ideas que carecen realmente de sentido o de fundamentación científica pueden encontrar una cierta aceptación si se expresan mediante una terminología más sencilla o de similar nivel esotérico, sobre todo si están más cerca de la experiencia cotidiana o de los prejuicios culturales. Por esa razón, el avance científico facilita que la población se adhiera a un nuevo misticismo si va envuelto en una jerga aparentemente científica. De ese modo, la autoridad que la ciencia otorga a sus logros puede acabar al servicio de la doctrinas no científicas si son capaces de apropiarse de su prestigio.
Y por último, un tercer mecanismo susceptible de alimentar actitudes anticientíficas tiene su origen en otro rasgo de la ciencia, el ser un sistema de escepticismo organizado que, en muchas ocasiones, se convierte en iconoclastia. El escepticismo organizado cuestiona de manera latente ciertas bases de la rutina establecida, la autoridad, los procedimientos establecidos y lo sagrado en general. Aunque indagar acerca de la génesis de creencias y valores no significa que se niegue su validez, lo cierto es que es así como se interpreta en muchas ocasiones. De esa forma, la ciencia entra en conflicto psicológico –no necesariamente lógico- con otras actitudes y formas de aprehender la realidad. Ese fenómeno explicaría la oposición a lo que se interpreta como intrusión de la ciencia en otras esferas, ya sean de orden político, económico, religioso o de cualquier otra naturaleza. En otras palabras, el escepticismo es considerado como una amenaza al status quo y frente a esa amenaza se produce una reacción de hostilidad.
Note el lector que prácticamente todos los aspectos de esta cuestión que trató Merton hace ochenta años, están plenamente vigentes en la actualidad, aunque la hostilidad a la ciencia proceda hoy de entornos (quizás) diferentes.
FuenteMerton, Robert K (1938): “Science and the Social Order” Philosophy of Science 5 (3): 321-337. [Traducción al español como “La ciencia y el orden social” en el volumen II de “La Sociología de la Ciencia” Alianza Editorial 1977, traducción de The Sociology of Science – Theoretical and Empirical Investigations, 1973]
Nota:
1Por ejemplo, todas las personas que no cumplían los criterios raciales de ascendencia aria fueron expulsadas de universidades e institutos; fueron muchos los científicos que no los cumplían.
Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU
El artículo La hostilidad a la ciencia se ha escrito en Cuaderno de Cultura Científica.
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El nacimiento de la ciencia moderna y la ética protestante
Como señalé en la anotación anterior, fue R K Merton quien introdujo de forma explícita la noción de los valores en la esfera de la ciencia. Antes de formular la teoría de que existe un ethos de la ciencia, que es en relación con la cuál se hace referencia a expresa a un conjunto de valores, Merton (1938) desarrolló una tesis que tuvo en su día una gran influencia en relación con el contexto social, político y, sobre todo, religioso en que se produce la aparición de la ciencia moderna, en Inglaterra durante el siglo XVII. Como se verá, un elemento importante de esa teoría se refiere a la legitimación social que alcanzó la ciencia entonces y que después mantuvo hasta las primeras décadas del siglo XX. Y esa es la razón por la que me parece pertinente hacer aquí una breve incursión en ese terreno. Presento a continuación una síntesis de las ideas desarrolladas por el sociólogo norteamericano.
Durante el siglo XVII la religión era la fuente principal del sistema de valores dominantes. Por ello, se vieron favorecidas aquellas actividades que, por las razones que fuesen, se caracterizaban por unos valores que también eran los de la religión. Ese fue el caso, según Merton (1938), de la ciencia, por lo que las convicciones religiosas de la época contribuyeron a su emergencia o, al menos, constituyeron una suerte de estímulo para ella; dicho de otra forma, fueron las implicaciones psicológicas del sistema puritano de valores las que habrían promovido la adhesión social a la ciencia en la Inglaterra del siglo XVII.
Los sentimientos y creencias puritanas que promovían un trabajo infatigable y una aproximación racional a los problemas fueron factores de éxito económico. Y esa misma relación puede aplicarse a la relación entre el puritanismo y la ciencia, puesto que esos mismos factores son determinantes del éxito de la empresa científica. Probablemente debido a ello también, los protestantes experimentaron un profundo y consistente interés en el progreso de la ciencia.
Por otro lado, el puritanismo había atribuido una utilidad triple a la ciencia. Servía, en primer lugar, para disponer de pruebas prácticas del estado de gracia del científico1. En segundo lugar, la ciencia permitía ampliar el control humano sobre la naturaleza. Y por último, la ciencia se veía como un medio adecuado para glorificar a Dios.
La exaltación de la facultad de la razón en el ethos puritano –por considerar que la racionalidad atenúa las pasiones- condujo inevitablemente a una actitud de simpatía hacia aquellas actividades que demandan la aplicación constante del razonamiento riguroso. Por otra parte, la insistencia puritana en el empirismo, basado en la aproximación experimental, tenía mucho que ver con el rechazo de la contemplación, ya que se identificaba ésta con la ociosidad. Y por lo mismo, también tenía que ver con la relación estrecha que se establecía entre el gasto de energía física y el manejo de objetos materiales, por un lado, y el trabajo por el otro.
Además de lo anterior, hay otro factor que explicaría la relación entre el puritanismo y la ciencia, quizás de la misma importancia que el anterior, aunque más sutil y más difícil de apreciar. En cada época hay un sistema de ciencia que descansa sobre un conjunto de supuestos, normalmente implícitos y muy raramente cuestionados por la mayor parte de los científicos de ese tiempo. El supuesto básico en la ciencia moderna es una convicción muy extendida en la existencia de un Orden de las Cosas y, en particular, un Orden en la Naturaleza, aunque esa creencia, en realidad, es eso, una fe, y en tanto que tal, del todo inmune a la demanda de examen racional.
Paradójicamente, esa fe en la capacidad de la ciencia, muy anterior al desarrollo de la ciencia moderna, es una derivada inconsciente de la teología medieval. Esa condición era un prerrequisito para que surgiera la ciencia moderna, pues sin la creencia en ese Orden de la Naturaleza y lo que es lo mismo, en la existencia de Leyes de la Naturaleza, no hubiera habido un estímulo intelectual suficiente para que los filósofos naturales emprendiesen la tarea científica. Pero siendo necesario el prerrequisito, no era suficiente para provocar su desarrollo. Se necesitaba, además, un interés constante en buscar ese orden de la naturaleza de una forma empírica y racional, esto es, un interés activo en este mundo y sus fenómenos además de una aproximación específicamente empírica al mismo. Con el protestantismo la religión proporcionó ese interés; impuso obligaciones de concentración intensa en la actividad secular con un énfasis en la experiencia y la razón como bases para la acción y la creencia.
FuenteMerton, Robert K (1938): “Motive Forces of the New Science” in Science, Technology and Society in Seventeenth-Century England, pp.: 80-102, 104-110. [Traducción al español: “El estímulo puritano a la ciencia” en el volumen II de “La Sociología de la Ciencia”, Alianza Editorial 1977, traducción de The Sociology of Science – Theoretical and Empirical Investigations, 1973]
Nota:
1Se ve aquí la conexión con el papel que juega la ética del trabajo en el protestantismo, ya que la dedicación al trabajo y el esfuerzo son considerados en el credo de Lutero como manifestaciones del estado de gracia.
Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU
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La ciencia no tiene valores… ¿o sí los tiene?
A finales de siglo XIX y comienzos del siglo XX los valores no desempeñaban ningún papel en el desarrollo de la ciencia. La noción de ciencia neutra, carente de valores se remonta al siglo XVII, a la creación de la Royal Society londinense. Según el Royalist Compromise, el acuerdo con la corona británica, recogió el compromiso de ésta de permitir a los miembros de la Sociedad investigar en libertad siempre que no se involucrasen en asuntos religiosos, políticos y morales.
Hume, el más importante filósofo empirista, diferenciaba tres tipos de filosofía, Filosofía natural (Ciencia), Filosofía práctica (Ética) y Semiótica (o Lógica), y sostuvo que son completamente diferentes unas de las otras. Para las posiciones empiristas la falacia naturalista sigue siendo un criterio de evaluación filosófica: a partir de aserciones factuales no se pueden implicar aserciones morales. Los científicos pueden conjugar el verbo ser, pero no deben usar la expresión deber ser.
Ya en el siglo XIX, en su Catecismo positivista, Auguste Comte afirmó que la ciencia tiene que ver con los hechos, no con los valores. Max Weber trasladó ese postulado a las ciencias sociales. Según él, también los economistas y los sociólogos deben adoptar una postura neutral cuando investigan. La ciencia ha de buscar la objetividad y por eso ha de describir, comprender y explicar los hechos, pero sin emitir juicios de valor. En la tradición empirista y positivista, esos juicios son subjetivos, por eso caen fuera del discurso científico. En su Tractatus logico-philosophicus (1921), Wittgenstein mantuvo tesis más radicales: «En el mundo todo es como es y sucede como sucede, en él no hay ningún valor, y aunque lo hubiese no tendría ningún valor». Los valores no existen en el mundo objetivo, los aportan los sujetos, sean individuales o colectivos. En su libro Religión y Ciencia, Russell afirmó tajantemente que “cuestiones como los “valores” se encuentran fuera del dominio de la ciencia”, e incluso que “están enteramente fuera del dominio del conocimiento; es decir, cuando afirmamos que esto o aquello tiene “valor”, estamos dando expresión a nuestras propias emociones, no a un hecho que seguiría siendo cierto aunque nuestros sentimientos personales fueran diferentes”. Concluyó que “si es cierto que la ciencia no decide cuestiones de valor, es porque escapan en absoluto a la decisión intelectual y se encuentran fuera del reino de la verdad y la falsedad. Todo conocimiento accesible debe ser alcanzado por métodos científicos, y lo que la ciencia no alcanza a descubrir, la humanidad no logra conocerlo”. Científicos tan prestigiosos como Poincaré, Einstein y otros muchos sostuvieron tesis similares, al igual que los filósofos de la ciencia de la corriente positivista. Y todavía en 1974, Quine recordaba que “la teoría científica se mantiene orgullosa y manifiestamente alejada de juicios de valor”.
Pero tal y como mostró Hilary Putnam (2002), esa dicotomía entre hechos y valores se derrumbó a lo largo del siglo XX. Hay dos causas principales de este giro. Por un lado, la noción de valor ha ampliado su significado. Por otro, la propia ciencia se ha transformado radicalmente, sobre todo a partir de la II Guerra Mundial. La primera gran grieta en el muro conceptual que habían levantado los filósofos empiristas y los propios científicos la abrió Robert K. Merton, a quien se atribuye la condición de fundador de la sociología de la ciencia. Merton, a partir de un análisis histórico del contexto social, político y religioso en que se produjo la llamada “revolución científica”, llegó a la conclusión de que la actividad científica y, más concretamente, su legitimación social, tenía mucho que ver con un conjunto de normas y valores que guían la labor de los científicos y al que denominó “ethos de la ciencia”. Volveremos más adelante sobre este asunto.
Llegados a este punto conviene hacer una petición de principio. Porque en este texto se ha manejado la noción de valores cuando en ningún momento se ha ofrecido una definición de la misma. En efecto, antes de seguir adelante es importante tratar de aclarar la cuestión de qué se entiende por valores y, como veremos, no va a ser tarea fácil. Nos enfrentamos a un término ciertamente elusivo. Es, de hecho, difícil definir qué es un valor, puesto que al respecto hay definiciones muy heterogéneas; y también es difícil clasificar los valores.
Según Echeverría (2002), los valores de la ciencia son considerados como funciones que guían y orientan las acciones científicas. Los valores son utilizados como ideal regulativo de las acciones, incluso como fundamento de la ética; parece que los valores son el motor, y no sólo la guardia o la inspiración, de cualquier empresa (Menéndez Viso, 2002). Pero el mismo Menéndez Viso (2005) señala que no es posible contar con una definición precisa del término, y añade que si los valores han de servir como principio explicativo, han de estar bien definidos, no pueden ser ellos mismos términos confusos. Pero lo son. No está claro si son principios, entidades, cualidades, funciones, o bienes, por ejemplo. En realidad, con un pequeño esfuerzo, el análisis de la literatura permite identificar los siguientes sinónimos de valores: virtudes, bienes, normas, fines, derechos, o dogmas.
Según ese mismo autor (Menéndez Viso, 2005), el término valores se utiliza porque hay ciertas nociones, como la virtud, la verdad, el bien o la belleza, que no resulta cómodo enunciar: hacerlo produce una cierta vergüenza. Y sin embargo, como las nociones en cuestión son básicas y todos nos referimos a ellas en infinidad de contextos, se recurre a un eufemismo que es el de los valores. La proliferación del uso de la noción de los valores se da gracias a un curioso giro semántico del término que, además de a su número, afecta al verbo que lo acompaña. Hasta finales del s. XIX las cosas tenían valor; a partir de entonces, y cada vez más, las cosas son valores.
Comparto la perplejidad que manifiesta Menéndez Viso en relación con este asunto y, como se verá en anotaciones posteriores, no creo que se trate de una perplejidad injustificada. No obstante, y puesto que, con propiedad o sin ella, la noción de los valores tiene amplísimo uso, seguiremos adelante, si bien es importante no perder de vista estas observaciones.
FuentesEcheverría, Javier (1995): El pluralismo axiológico de la ciencia. Isegoria 12: 44-79
Echeverría, Javier (2002): Ciencia y Valores; Barcelona, Ediciones Destino.
Echeverría, Javier (2014): Los valores de las ciencias: Del ideal de neutralidad del siglo XIX a la supremacía actual de la innovación. Investigación y Ciencia nº 452, mayo, pp.: 2-3
Menéndez Viso, Armando (2002): Valores ¿ser o tener? Argumentos de Razón Técnica nº 5: 223-238
Menéndez Viso, Armando (2005): Las ciencias y el origen de los valores Siglo XXI, Madrid
Putnam, Hilary (2002): The Collapse of the Fact/Value Dichotomy and Other Essays. Harvard University Press, Cambridge, Mass. [Traducción al español: El desplome de la dicotomía hecho/ valor y otros ensayos, Paidós Ibérica, Barcelona (2004)]
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Una población mejor formada es una población más sana
La esperanza de vida tiende a ser mayor en los países más ricos -o sea, en los que la gente tiene mayores ingresos- que en los más pobres. Esa correspondencia suele atribuirse a una relación que parece obvia: a más ingresos, mejor alimentación, mejor vivienda, mejor ropa, etc. y, por todo ello, mejor estado de salud.
Sin embargo, hace ya más de cuatro décadas, Samuel Preston se percató de que la relación entre esas variables no era tan sencilla como se pensaba. Aparte de constatar que había bastantes países para los que la esperanza de vida de sus habitantes no se correspondía con el esquema anterior, comprobó que a lo largo del siglo XX la longevidad se había elevado más de lo que cabía esperar del efecto del aumento de la riqueza. Y pensó que no todo dependía del nivel de ingresos. Propuso que habían sido las mejoras en las condiciones sanitarias y los avances médicos no dependientes estrictamente de factores económicos los responsables principales de las mayores esperanzas de vida. Una década después, James Caldwell observó que en regiones pobres (Kerala en la India, Sri Lanka y Costa Rica) la esperanza de vida mejoraba sensiblemente allí donde, además de una mejora en los servicios de salud, las mujeres accedían a la educación.
Teniendo en cuenta esas observaciones y las conclusiones obtenidas en otros estudios, Wolfgang Lutz y Endale Kebede han tratado de identificar el condicionante principal de la salud y la esperanza de vida utilizando para ello datos correspondientes a 174 países de niveles muy dispares de riqueza a lo largo del periodo 1970-2010 en intervalos de cinco años. En su estudio han considerado el efecto que ejercen sobre la esperanza de vida al nacer y la mortalidad infantil dos posibles factores causales: el nivel medio de riqueza de los países (producto interior bruto por persona), y el nivel educativo de la población (años de escolarización de las personas mayores de 15 años de edad, en uno de los análisis, y años de escolarización en las mujeres de edades comprendidas entre 20 y 39 años, en el otro).
La conclusión del análisis estadístico de los datos fue que el nivel educativo explica mucho mejor que el nivel de ingresos el estado de salud de la población. Otra forma de expresar esa conclusión es que el nivel educativo de la gente es un condicionante más importante de la mortalidad infantil y de la esperanza de vida que el nivel de riqueza del país. Los investigadores proponen que el nivel educativo proporciona a las personas mejor criterio a la hora de tomar decisiones que tienen consecuencias en materia de salud, ya sea en relación con la alimentación o con hábitos de vida en general. El efecto del nivel de riqueza no sería real, sino que se trataría, en palabras de los autores, de una relación espuria: la relación observada entre el nivel de ingresos y el estado de salud obedecería a que en los países más ricos la gente suele estar mejor formada.
El estudio no considera la incidencia en la esperanza de vida del esfuerzo que se dedica al sistema de salud. Pero, como ya se ha señalado, cuanto mayor es el nivel de formación de la población mayor es la riqueza del país y, por ello, mayor es también el esfuerzo que se dedica a sanidad. Se constata, una vez más, lo rentable que es el esfuerzo que se dedica a la formación. No solo mejora la vida de las personas bien formadas, también la del conjunto de la población.
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Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU
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Una versión anterior de este artículo fue publicada en el diario Deia el 20 de mayo de 2018.
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Matemáticas a pesar de todo
La profesión matemática, en contra del estreotipo popular, es la profesión más deseada según estudios recientes y, además de los muchos campos en los que puede ejercerse, dedicarse a una de sus facetas, la investigación, pude llegar a ser una pasión que dé sentido a una vida. Ágata Timón (ICMAT) nos presenta dos casos en los que esta pasión supuso poner en riesgo la propia integridad física.
Ágata Timón: ''Matemáticas a pesar de todo''El número π es una de las constantes matemáticas más importantes que existen. π es un número fascinante que goza de una gran popularidad e, incluso, de un día propio. Desde el año 1988, cada 14 de marzo se celebra el Día de Pi. Este evento fue idea del físico Larry Shaw, quien lanzó la propuesta añadiendo a su favor que la celebración coincidía con la fecha del nacimiento de Albert Einstein. Además, la forma en la que se escribe el 14 de marzo en inglés y euskera coincide con los tres primeros dígitos del número. (3-14 martxoaren 14 en euskara / 3-14 march, 14th en inglés)
En los últimos años la conmemoración del Día de Pi se ha ido extendiendo hasta convertirse hoy en día en una celebración que sobrepasa el ámbito de las matemáticas. π está presente en física, en el principio de incertidumbre de Heisenberg, la teoría de la relatividad o la ley de Coulomb. En geología hace su aparición a la hora de estimar la longitud de los ríos; en bioquímica, en el estudio de la estructura de una molécula de ADN; en astronomía, en el estudio de la forma del universo y en otras muchísimas aplicaciones de nuestro día a día.
Este 2018 nos unimos de manera especial a la celebración del Día de Pi con el evento BCAM-NAUKAS, que se desarrolló el miércoles 14 de marzo en el Bizkaia Aretoa de UPV/EHU. Este evento fue una iniciativa del Basque Center for applied Mathematics (BCAM) y la Cátedra de Cultura Científica de la Universidad el País Vasco.
Edición realizada por César Tomé López a partir de materiales suministrados por eitb.eus
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El aprendizaje continuo mejora la interacción de robots con humanos en lenguaje natural
Los sistemas de diálogo son esenciales para que los robots interactúen con las personas en lenguaje natural. Para mejorar estas interacciones con el paso del tiempo, el sistema debe de ser capaz de aprender de sus experiencias, de sus errores y del feedback con la persona usuaria. Este proceso de aprendizaje continuo es la base del proyecto europeo LIHLITH, que lideran los grupos de investigación IXA y RSAIT de la UPV/EHU y financia el programa europeo CHIST-ERA.
La inteligencia artificial es un campo que progresa rápidamente en múltiples áreas, incluyendo los diálogos con máquinas y robots. Ejemplo de ello es que en la actualidad es posible hablar a un dispositivo para solicitarle tareas tan simples como apagar la radio o preguntarle por el tiempo; pero también se ha conseguido que hagan tareas más complejas, como que la máquina llame a un restaurante para hacer una reserva o que un robot atienda a los clientes de una tienda.
El proyecto europeo LIHLITH (Learning to Interact with Humans by Lifelong Interaction with Humans) “es un proyecto orientado a avanzar en los diálogos entre personas y máquinas, cuyo objetivo es mejorar las capacidades de autoaprendizaje de la inteligencia artificial”, explica Eneko Agirre, investigador de la UPV/EHU. Concretamente, en el proyecto LIHLITH se van a tratar sistemas de diálogo que aprenden y mejoran en función de sus interacciones con los humanos. Se trata de un proyecto europeo de tres años, que fue puesto en marcha en enero del 2018, financiado por el programa europeo CHIST-ERA y dirigido por los grupos de investigación IXA y RSAIT de la Facultad de Informática de la UPV/EHU. El proyecto cuenta con la participación de la UPV/EHU, del Laboratorio de Informática para la Mecánica y la Ingeniería (LIMSI, Francia), de la UNED, de la Universidad de Ciencias Aplicadas de Zurich (ZHAW) y de Synapse Développement (Francia).
Los chatbots o los bots conversacionales son programas informáticos que siguen una conversación utilizando métodos textuales o auditivos. Los chatbots industriales actuales se basan en reglas que deben elaborarse de forma manual y minuciosa para cada dominio de aplicación. Por otra parte, los sistemas basados en el aprendizaje automático utilizan datos del dominio anotados manualmente, que permiten entrenar el sistema de diálogo. Tanto para elaborar las reglas como para los datos de entrenamiento de cada dominio de diálogo se necesita mucho tiempo, por lo que limitan la calidad y la difusión de los chatbots. Además, las empresas necesitan monitorizar el rendimiento del sistema de diálogo antes de implementarlo, así como rediseñarlo para que responda a las necesidades de la persona usuaria. “En el proyecto LIHLITH se va a explorar el paradigma del aprendizaje continuo en sistemas de diálogo entre personas y máquinas, con el objetivo de mejorar su calidad, de reducir los costes de mantenimiento y de disminuir los esfuerzos para utilizarlos en nuevos dominios”, añade Agirre, principal investigador del proyecto.
Los sistemas de dialogo estándar utilizan la comprensión de lenguaje natural para procesar la entrada del usuario, la gestión del diálogo para acceder al conocimiento del dominio y decidir qué respuesta va a dar, y la generación del lenguaje natural para emitir la respuesta del sistema. El principal objetivo de los sistemas de aprendizaje continuo es que sigan aprendiendo incluso después de ser implementados. En el caso de LIHLITH, “el sistema de diálogo se desarrollará como de costumbre, pero se incluirá un mecanismo que le permitirá continuar mejorando sus capacidades en función de su interacción con las personas usuarias —apunta Agirre—. La clave es que los diálogos estarán diseñados para recibir el feedback de las personas usuarias, y el sistema aprenderá de este feedback continuo. Esto permitirá al sistema mejorar continuamente a lo largo de su vida, adaptándose rápidamente a los cambios de dominio que ocurren después de ser implementado”.
LIHLITH estará orientado a “diálogos de preguntas y respuestas enfocados a lograr un objetivo, en los que la persona usuaria necesita una información y el sistema intentará satisfacer dicha necesidad mientras conversa con ella”, añade. Para ello, el proyecto trabajará en tres áreas de investigación: el aprendizaje continuo para el diálogo; el aprendizaje continuo para la inducción del conocimiento y la respuesta a preguntas; y la evaluación de la mejora del diálogo. “Todos los módulos serán diseñados para aprender del feedback disponible mediante técnicas de aprendizaje profundo. La clave innovadora del proyecto LIHLITH está en el módulo de aprendizaje continuo, que mejorará todos los módulos a medida que el sistema interactúa con las personas, actualizando el conocimiento del dominio”, comenta. El proyecto explorará la reconfiguración autónoma de estrategias de diálogo y las capacidades proactivas para solicitar a la persona usuaria nuevos conocimientos.
Para llevar a cabo esta investigación, LIHLITH combina el aprendizaje automático, la representación del conocimiento y la experiencia lingüística. El proyecto contará con avances obtenidos recientemente en numerosas disciplinas, incluyendo el procesamiento del lenguaje natural, el aprendizaje profundo, la inducción de conocimiento, el aprendizaje reforzado y la evaluación de diálogo, con los que se explorará su aplicabilidad en el aprendizaje permanente.
Referencia:
Eneko Agirre, Sarah Marchand, Sophie Rosset, Anselmo Peñas, Mark Cieliebak (2018) LIHLITH: Improving Communication Skills of Robots through Lifelong Learning. ERCIM News No. 114, Special theme: Human-Robot Interaction.
Edición realizada por César Tomé López a partir de materiales suministrados por UPV/EHU Komunikazioa
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La ciencia que deberías saber antes de comprar tu protector solar (y 4)
Este artículo será, por el momento, el último de la serie. Hemos reunido toda la evidencia científica existente y actual sobre protección solar para que puedas tomar decisiones con criterio. La concienciación con respecto a la protección solar no ha dejado de aumentar. Es el momento de hacerlo bien, además de con conciencia.
A continuación os dejo con las últimas preguntas recibidas que más se han repetido sobre ciencia y protección solar: si la ropa nos protege del sol, si puedo utilizar la crema solar del año pasado o cuál es el orden correcto para utilizar protección solar además de otros cosméticos.
12. ¿Puedo protegerme del sol usando ropa adecuada, gorra, sombrilla, etc?
No todos los tejidos ofrecen la misma protección frente al sol. La radiación ultravioleta puede atravesar el tejido si éste tiene un entramado muy abierto, es fino o esta desgastado. Para medir la capacidad de un tejido para obstaculizar el paso de la radiación ultravioleta usamos el UPF (Ultraviolet Protection Factor). Así, el tejido de un pantalón vaquero oscuro clásico, ofrece el mayor UPF posible, mientras que unas medias de verano, con un denier 15 o menor, serían el tejido que menos protege del sol.
Para certificar cuánto nos protege un tejido del sol, se hacen medidas de absorción de la radiación ultravioleta para cuantificar el UPF. Un tejido con UPF 50+ equivale a una protección del 95% de la radiación UVA y un 98% de la UVB. Es lo más parecido a utilizar un cosmético con protección SPF 50+. A partir de un UPF de 40, la protección que nos ofrece un tejido es muy aceptable.
Esto se consigue gracias al tipo de tejido, cuanto más tupido, mayor UPF. Algunos fabricantes incorporan materiales cerámicos entretejidos que aumentan el UPF, similares a los filtros físicos que se utilizan en cosmética. Los tintes también influyen; para un mismo tejido, presenta mayor UPF un color oscuro que uno claro. Los tejidos de poliéster, como los que se utilizan en las prendas deportivas técnicas, pueden llegar hasta UPF de 30. Mientras que los tejidos más calados, como el algodón o el lino, presentan un UPF de 12 o menor. Así que cuidado con usar ropa para protegernos, si no está debidamente certificada, casi ninguna prenda de ropa ofrece tanta seguridad frente al sol como un cosmético.
Una camiseta clásica de algodón tiene un UPF bajo, de 12. Si además está mojada, el UPF baja a 8, comparativamente sería como llevar puesta una crema solar de tan solo SPF 15. Esto es así porque el agua que entra a formar parte del entramado del tejido puede reducir el efecto de dispersión y aumentar la permeabilidad de la radiación. Además, los lavados, el uso y el sudor las desgastan, dañando su capacidad fotoprotectora, por lo que se recomienda renovar la prenda cada año.
Como todo suma, lo mejor que podemos hacer es combinar: además de fotoevitación, usar fotoprotección. Si no podemos evitar estar expuestos al sol, lo ideal es que además de cosméticos con protección solar usemos ropa adecuada, gorras, sombreros y gafas de sol con la certificación de protección frente a la radiación ultravioleta. La American Academy of Ophthalmology (AAO) recomienda aquellas que bloqueen el 99% de la radiación UVA y B. La protección se relaciona con el color o la oscuridad de las lentes.
Otro método de fotoevitación es el uso de sombrillas o iglús. La mayoría se fabrican con poliéster tupido que ofrece un UPF de 30 o superior. No obstante, hay que tener en cuenta que la radiación ultravioleta se refleja: el césped refleja el 5% de la radiación, el agua un 10%, la arena, un 25% y la nieve un 80%.
La principal ventaja del uso de ropa para protegernos del sol es que la protección no se gasta. Los filtros de las cremas se agotan, y el producto se pierde por sudoración, roce y el baño. Esto no ocurre con la ropa. A excepción de la ropa mojada, ya que el UPF baja considerablemente.
Hay que tener en cuenta que la regulación del UPF varía de un país a otro y no en todas partes se mide de acuerdo con un mismo protocolo. Así como en cosmética el método empleado más extendido para verificar el SPF es el COLIPA, en el caso del UPF se utiliza Test Method 183 tanto en Australia como en EEUU. Por este motivo es muy importante adquirir prendas con UPF certificado de marcas y tiendas de confianza.
13. ¿Puedo usar el protector solar del año pasado?
No, no podemos usar el protector solar del año pasado. Todos los productos cosméticos cuentan o bien con una fecha de caducidad o bien con un PAO. La fecha de caducidad funciona de forma similar a los alimentos. Una vez pasada la fecha de caducidad no podemos garantizar que el producto sea seguro ni efectivo.
EL PAO es el periodo tras la apertura. Lo vemos en el envase con un pictograma que es como un bote abierto en el que dentro hay inscrito un número seguido de la letra M. Normalmente las cremas solares son 12M. Las brumas suelen tener fecha de caducidad, pero no PAO, ya que no hay mucha variación entre el producto usado y sin usar, porque no entra en contacto con el aire ni el consumidor lo puede contaminar por el uso.
El PAO se mide, es decir, no es un valor arbitrario que los laboratorios fijan para que cada año o cada seis meses renueves tu crema. Para medir el PAO se evalúa la evolución del producto, cómo le afecta el uso, el contacto con el consumidor, cómo se degradan los filtros con el tiempo, con variaciones de temperatura, etc. Y se hace una medida conservadora del tiempo máximo que pueden garantizar que el producto mantiene las propiedades originales. Hay que tener en cuenta que estos productos son muy ricos en agua y nutrientes, un caldo de cultivo ideal para que proliferen todo tipo de microorganismos. Además, los filtros químicos tienen un tiempo de vida estimado. No se mantienen intactos. Por otro lado, muchos de estos productos son emulsiones, y con el paso del tiempo y las variaciones de temperatura terminan por separarse en fases, perdiendo completamente su efectividad y convirtiéndolos en productos insalubres.
Con un tema tan sensible como la protección solar, no seas cutre y recicla tus productos al menos cada año.
14. ¿En qué orden aplico la crema hidratante, la protección solar, el maquillaje, etc?
Hay cremas de uso diario como hidratantes o productos con tratamiento para el acné, la rosácea, antiedad, etc., que cuentan con factor de protección solar. Para los días normales puede ser más que suficiente, y además están formulados para que ningún ingrediente anule a ningún principio activo. Sin embargo, en situaciones de alta exposición solar, como estar en la playa, la piscina o haciendo deporte bajo el sol, estos productos pueden resultar insuficientes. Por eso es importante utilizar protección solar con un SPF adecuado.
La protección solar no tiene por qué impedirnos utilizar otros productos conjuntamente que también son necesarios para la salud de nuestra piel. En el caso de tener que usar varios productos a la vez, el orden adecuado sería el siguiente:
– El primer producto será el que cumpla la función que más nos interese: específico para el acné, las manchas, la rosácea, las arrugas, etc. Si tiene versión sérum, mejor. Los cosméticos tipo sérum son lo que se aplicarán en primer lugar porque presentan mayor concentración de principios activos de interés y mayor capacidad de absorción.
-A continuación se aplican los productos que cumplan una función que para nosotros sea menos relevante. Por ejemplo, si tienes un problema de acné, primero utilizarás el producto para el acné, y encima la hidratante o la antiedad de día. Si tu preocupación son las manchas, primero aplicarás el despigmentante o inhibidor de melanina, y encima el resto de los productos. El contorno de ojos también se pone en este punto.
-Tras aplicar los productos de rutina, encima es donde aplicamos la protección solar.
-Si usamos maquillaje, éste se aplicará encima de la protección solar.
Si queremos reaplicar protección solar por encima del maquillaje a lo largo del día, y no podemos repetir todo el proceso, optaremos por productos tipo bruma. Como tienen formato aerosol, se rocían sobre la piel, sin necesidad de extenderlos con la mano. Matifican la piel y no arruinan el maquillaje, incluso si llevamos sombras de ojos, delineador, colorete o máscara de pestañas.
A modo de cierre
Éste ha sido el último artículo de la serie sobre protección solar. Posiblemente ha sido la serie más extensa publicada sobre toda la evidencia científica que conocemos hasta la fecha sobre protección solar. Si todavía ha quedado alguna duda por resolver, échale un ojo a los otros artículos por si ya se ha resuelto con anterioridad. Si la duda persiste, puedes hacérnosla llegar a través de los comentarios o usando la etiqueta #cienciaprotectorsolar en las redes sociales y te contestaremos. Si alguna duda de envergadura se pudiese haber quedado en el tintero, no descartamos seguir aumentando la serie en el futuro con nuevos contenidos y nuevas evidencias.
Según Academia Española de Dermatología y Venereología (AEDV), cada año se diagnostican en España 4.000 casos más de melanoma, el más grave y letal de todos los tipos de cáncer de piel. En el último año se produjeron 600 muertes asociadas a un cáncer cutáneo. No hagas el tonto y protégete. Protégete bien.
Sobre la autora: Déborah García Bello es química y divulgadora científica
El artículo La ciencia que deberías saber antes de comprar tu protector solar (y 4) se ha escrito en Cuaderno de Cultura Científica.
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Los números poéticos (y 3)
Cuando esta mañana me he decidido a escribir una tercera entrega de esta serie de entradas del Cuaderno de Cultura Científica, Los números poéticos, sobre poemas con contenido o referencias matemáticas, tenía dos ideas en la cabeza. La primera era empezar esta entrada con la poeta estadounidense Emily Dickinson (1830-1886), de la que confieso que no había leído nada hasta hace poco tiempo, pero que es uno de los nombres claves de la historia de la poesía y de la literatura universal. La segunda era terminar con uno de los grandes poetas vascos, Gabriel Celaya (1911-1991), del cual sí había leído bastantes poemas, algunos de ellos relacionados con las matemáticas.

Fotografía de Emily Dickinson en la Academia Amherts, entre 1846 y 1847. Fuente: Wikimedia Commons
Si buscamos en cualquiera de las biografías publicadas sobre la escritora estadounidense Emily Dickinson, que son muchas, alguna relación de ella con las matemáticas, lo primero que llama la atención es que estudió durante 7 años, entre 1840 y 1847, en la Academia Amherst, de Massachusetts. La amplia educación que recibió en dicha institución incluía, en particular, una buena formación en matemáticas. Entre los textos que se utilizaban en las clases se mencionan la edición de John Playfair (1748-1819) de Los Elementos de Euclides, La introducción al álgebra de Jeremiah Day y “la Aritmética de Adam”, pero también textos de astronomía y lógica.
Por otra parte, su cuñada fue la escritora y poeta Susan H. Gilbert Dickinson (1830-1913), buena amiga desde la adolescencia y con quien mantuvo una importante relación epistolar. Susan Gilbert fue “matemática y profesora de matemáticas en Baltimore en 1851-52”. Y se encuentran referencias a las matemáticas en algunas de sus cartas, como en una de Emily a Susan de 1851 que dice “Te imagino muchas veces bajando al aula con un rollizo Teorema Binomial luchando en tus manos”.
Quizás las matemáticas no fueran la materia que más interesaba a la escritora, o incluso no se le dieran muy bien, pero lo cierto es que sí parece que a lo largo de su vida las matemáticas sí provocaron cierto interés y fascinación en ella, que motivaron la utilización de algunos términos e ideas matemáticas en sus poemas.
Empecemos con una sencilla aritmética de la mano de Dickinson, la negación de la más simple evidencia matemática, que uno más uno es dos. El poema clasificado con el número 769 según la clasificación de Thomas H. Johnson, en su obra The Complete Poems of Emily Dickinson (1960), y que aparece, por ejemplo, publicado en castellano en el libro Emily Dickinson. Poemas a la muerte (Selección, traducción y prólogo de Rubén Martín. Bartleby, Madrid, 2010), dice así:
Uno más Uno — es Uno —
El Dos — es una fórmula gastada —
Buena para enseñarla en las Escuelas —
pero Inferior como Elección —
La propia – Vida — o la Muerte —
o más aún la Eternidad —
serían — demasiado vastas
para que las comprenda nuestro Espíritu —
Otro de los conceptos matemáticos que utiliza en su poesía es el álgebra. Por ejemplo, en el poema 600 (de 1862), que podemos leer en el libro Emily Dickinson. Poemas (Selección y traducción de Silvina Ocampo y prólogo de J.L. Borges. Tusquets editores, Barcelona, 1985), y que dice así…
Antes me perturbaba —
pues yo fui una vez una niña —
conjeturar cómo un átomo — caía —
y sin embargo los cielos — no —
los cielos pesaban mucho más —
azules — y sólidos — permanecían —
sin un perno — que yo pudiera comprobar —
¿podrían los gigantes — comprender?
La vida presentó más grandes — problemas —
algunos guardaré — para resolver
hasta que el álgebra sea más fácil —
o más simplemente probado — arriba —
y luego también — ser comprendida —
qué dolor — me confundía —
por qué el cielo no se rompía —
y caía — azul — sobre mí —
El término “álgebra” también aparece en el poema 269 (que se recoge también en el libro Emily Dickinson. Poemas), escrito en 1861, y que incluye los versos “Tantas — gotas — de vital escarlata — / lidian con el alma/ lo mismo con el álgebra!”. Otro término matemático que aparece en algunos poemas es “logaritmo”, como en el poema 433 (también en el poemario anterior), que dice así “aunque yo fui a la escuela/ no me volví muy sabia/ nada me enseñó el globo/ tampoco el logaritmo”. O en el poema 728 que podría traducirse como algo así “Saciando mi hambre/ con mi diccionario/ el logaritmo –lo tenía yo- para la sed/ como un vino muy seco”.
En tres poemas menciona a las matemáticas. En el poema 1668, que podemos encontrar traducido en el libro Emily Dickinson. Poemas (Edición bilingüe de Margarita Ardanaz, Cátedra, 1987), se incluyen los versos “sé que es un signo/ de que el nuevo dilema esté/ más alejado de las matemáticas/ que de la eternidad”. En otro poema, el 88, se habla de “matemáticas quebradas”. En opinión de Thomas Johnson la poeta puede referirse a las matemáticas como “un sistema ‘quebrado’ en su incapacidad para demostrar sus [de Emily Dickinson] especulaciones”. La profesora de literatura de la Universidad de Harvard, Seo-Young Chu, en su artículo Dickinson and Mathematics, relaciona la expresión “matemáticas quebradas” con las fracciones.
Otros términos matemáticos aparecen en los poemas de Dickinson, “infinito”, “cifra”, “decimales”, … o “geometría”, como en el poema 359, que está recogido en el libro Emily Dickinson. Crónica de Plata (Selección y traducción de Manuel Villar Raso, Hiperión, 2001), que dice así…
La mejor brujería es Geometría
Para la muerte del mago —
Sus actos corrientes son proezas
Para el pensar humano.
Pero el concepto matemático que más menciona Emily Dickinson en su poesía es la “circunferencia”. En una carta al escritor y pastor de la Iglesia Unitaria Thomas Wentworth Higginson (1823-1911) le llega a escribir que “mi asunto [business] es la circunferencia”. Finalicemos con uno de esos “poemas de circunferencias”, el poema 802, que aparece en la selección de Margarita Ardanaz para Cátedra.
Da sensación de ser vasto el Tiempo, que si no fuera
Por una eternidad —
Temo que esta Circunferencia
Mi Finitud absorba —
De Su exclusión, quien se prepare
Por los Procesos del Tamaño
Para la Gran Visión
De Sus Diámetros —
En este poema, Emily Dickinson establece un cierto paralelismo entre la relación que existe entre la temporalidad “finitud” y la eternidad, y la relación de la circunferencia con “sus diámetros”. Esta relación, el cociente entre la circunferencia y el diámetro de la misma, es el importante número π, independientemente del tamaño de la circunferencia, “por los Procesos del Tamaño”.
Estos poemas relacionados con la circunferencia me han recordado dos poemas de la poeta extremeña Ada Salas (Cáceres, 1965), relacionados con el círculo y la esfera. El primero de ellos pertenece a su libro Lugar de la derrota (Hiperión, 2003), y describe la perfección del círculo, de su simétrica construcción.
Exactitud del círculo.
Perfecta equidistancia
en torno a un centro.
Aguja del compás que se desliza
y traza
la forma inexorable de la espera.

Fotografía de la poeta Ada Salas con motivo de su presencia en el Pabellón Madrid de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara
Por otra parte, en su libro Arte y memoria del inocente (Universidad de Extremadura, 1988), que obtuvo el Premio Juan Manuel Rozas, aparece este bello poema: “Vivir/ para limar los ángulos/ a las esferas”.
Y seguimos un poco más con poemas geométricos. El siguiente poema es de otra de las grandes poetas en lengua española, la poeta modernista argentina Alfonsina Storni (1892-1938). Es el poema Cuadrados y ángulos, perteneciente a su libro El dulce daño (1918), pero que yo he leído en el libro Alfonsina Storni. Antología mayor (Hiperion, 2005).
Casas enfiladas, casas enfiladas,
casas enfiladas.
Cuadrados, cuadrados, cuadrados.
Casas enfiladas.
Las gentes ya tienen el alma cuadrada,
ideas en fila
y ángulo en la espalda.
Yo misma he vertido ayer una lágrima,
Dios mío, cuadrada.

Alfonsina Storni caminando por la rambla de Mar del Plata, en 1936, imagen del Archivo General de la Nación Argentina. Y retrato de la poeta, más o menos de la misma época. Fuente: Wikimedia Commons
De una poeta modernista argentina pasamos a una poeta modernista estadounidense, Marianne Moore (1887-1972), que entre otras distinciones recibió el Premio Pulitzer de Poesía en 1952. El siguiente poema La icosaesfera está recogido en el libro Marianne Moore. Poesía completa (Lumen, 2010).
“En los setos vivos de Buckinghamshire
los pájaros anidan en la verde espesura sumergida,
tejen trocitos de cuerda, polilla, plumas y vilanos,
en parabólicas curvas concéntricas” y,
buscando la concavidad, dejan proezas esféricas de rara eficacia;]
mientras que, por falta de integración,
ávidos de la fortuna ajena,
tres fueron asesinados y diez cometieron perjurio,
seis murieron, dos se suicidaron y dos pagaron multas por los riesgos que corrieron.]
Pero entonces aparece la icosaesfera
donde por fin se consigue cortar acero con mínimo desperdicio,]
ya que veinte triángulos unidos envuelven una
pelota o una doble concha esférica
sin apenas recortes, tal es la limpieza geométrica
de un icosaedro. ¿Quieren explicarnos los ingenieros que la construyeron,]
o Mr. J. O. Jackson
cómo pudieron los egipcios levantar verticalmente setenta y ocho pies cúbicos de granito?]
Nos gustaría saber cómo lo hicieron.

Portada del libro “Marianne Moore. Poesía completa” (Lumen, 2010)
Una poeta que también cuenta con algunos poemas relacionados, de alguna forma, con las matemáticas, es la poeta y filósofa española Chantal Maillard (Bruselas, 1951), quien, entre otros galardones, ha recibido el Premio Nacional de Poesía, en 2004, por la obra Matar a Platón. Con la intención de cambiar de tema, de volver a los números poéticos que han dado lugar a esta pequeña serie de entradas del cuaderno de Cultura Científica, he elegido un poema de Chantal Maillard, perteneciente al libro La herida en la lengua (Tusquets, 2015), que nos habla de la desconexión entre el número matemático, el número en abstracto, y su significado al contabilizar objetos, como puedan ser las victimas de una guerra o las casas destruidas en la misma.
Diez millones.
Un número.
Un número tan sólo
para diez
millones
de casas incendiadas
de cuerpos mutilados
de gritos
silenciados
uno
a
uno
en boca que arde y
no entiende.
1
0
0
0
0
0
0
0
siete
veces
el signo de la nada sobre
diez
millones
de historias
que nunca contará
la lengua de los otros.
Dos palabras.
Cuatro sílabas.
Un globo que soltamos
Al final de la fiesta.
La piñata que espera
el golpe de una mano
nunca
inocente.

Escenificación poético musical de Matar a Platón, con la interpretación de su autora, Chantal Maillard, y la música de Chefa Alonso (saxo soprano, percusión, kechapi) y Jorge Frías (contrabajo), en Cosmopoética (Córdoba, España), 2016. Fotografía de la página de facebook de Chantal Maillard
Antes de terminar esta entrada con algunos poemas del poeta guipuzcoano Gabriel Celaya, me ha parecido interesante incluir el poema Aritmética (traducción libre que yo mismo he realizado), del escritor y poeta estadounidense Carl Sandburg (1878-1967), quien ganó tres premios Pulitzer, uno por su biografía de Abraham Lincoln y dos por su obra poética.
La aritmética es donde los números vuelan como palomas dentro y fuera de tu cabeza.
La aritmética te dice cuánto pierdes o ganas si sabes cuánto tenías antes de perder o ganar.
La aritmética es nueve cinco llueve con ahínco – o siete ocho chocolate en el bizcocho.
La aritmética es exprimir números de tu cabeza a tu mano, a tu lápiz, a tu papel hasta encontrar la respuesta.
La aritmética es donde la respuesta es correcta y todo es agradable y puedes mirar por la ventana y ver el cielo azul – o la respuesta es incorrecta y tienes que empezar todo de nuevo y volver a intentarlo y ver cómo sale bien esta vez.
Si tomas un número y lo duplicas y lo duplicas de nuevo y entonces lo duplicas unas pocas veces más, el número se hace cada vez más grande y es cada vez más elevado y sólo la aritmética puede decirte qué número se obtiene cuando decides parar de duplicar.
La aritmética es donde tienes que multiplicar – y llevas la tabla de multiplicar en la cabeza y esperemos que no la pierdas.
Si tienes dos galletas de animales, una buena y una mala, y te comes una y una cebra toda llena de rayas se come la otra, ¿cuántas galletas de animales tendrás si alguien te ofrece cinco seis siete y tú dices No no no y tú dices nes nes nes y tú dices neis neis neis?
Si le pides a tu madre un huevo frito para el desayuno y ella te da dos huevos fritos y tú te comes ambos, ¿quién es mejor en aritmética, tú o tu madre?

Fotografía del escritor Carl Sandburg en 1955. Fuente: World Telegram / Al Ravenna
Como ya habíamos anunciado, vamos a terminar con Gabriel Celaya, uno de los representantes de la conocida como poesía social, fundador de la colección de poesía Norte, junto a la poeta Amparo Gastón (su Amparitxu), y Premio Nacional de Poesía en 1986. Si se realiza un repaso sobre el conjunto de su obra, por ejemplo, a través de los tres tomos de Gabriel Celaya. Poesías Completas (Visor, 2001), se observa un profundo interés por los temas científicos, no en vano Gabriel Celaya estudió Ingeniería Industrial. Por ejemplo, la física de partículas es el tema central del poemario Lírica de cámara (1969) o utiliza las funciones matemáticas como metáfora en su libro Función de Uno, Equis, Ene (1973), donde “Uno” es el individuo, “Ene” es el colectivo y “Equis”el universo que se rige por leyes no humanas. En estos libros Gabriel Celaya transmite su idea de que el mundo, el universo, funciona con leyes que nada tienen que ver con la subjetividad humana, con el individualismo, son leyes universales, más allá del “hombre”.
Además, en su libro Exploración de la poesía (Seix Barral, 1964) el poeta de Hernani compara la poesía con las matemáticas, “el poeta se parece al matemático, que ha creado una notación peculiar y ha derivado de ésta un idioma propio” y también, “el poeta da palabras combinadas, como el matemático, ecuaciones, que ni uno ni otro pueden explicar o decir mejor que con esas mismas palabras o ecuaciones”.

Fotografía de Gabriel Celaya, cuyo nombre completo era Rafael Gabriel Juan Múgica Celaya Leceta
La poesía de este poeta comprometido está plagada de referencias matemáticas. Los números y operaciones aritméticas son frecuentes, como en uno de sus poemas de la época inicial en la que firmaba como Rafael Múgica, que dice así “Debajo del pino verde me niego a multiplicar. Y a sumar”, en el poema Apus o el ave del paraíso, de Objetos poéticos (1948), escribe “Verá que dos y dos/ en vez de sumarse,/ se abrazan (se matan)/ o cambian sus nombres”, en el poema La Rosa, de Movimientos elementales (1947), escribe de “un torrente loco de cifras arbitrarias: mil millones, cien ceros”, en Telegrama urgente, de Avisos de Juan de Leceta (1961), nombre con el que también firmó algunos de sus poemas, puede leerse “Las máquinas tiritan/ dando diente con diente, seca cifra con cifra./ Nueve, diez, mil millones/ de ceros con ombligo y con sombrero”, en El amor multiplicado, de Lo que faltaba (1967), la suma y la multiplicación están presentes en todo el poema, que empieza con la estrofa “Yo pregunté: «¿Dos y dos? »/ Me explicaron: «No son cuatro./ Es decir, en cierto modo,/ porque bien considerado…»”, que sigue con “Insistí: «¿Dos y dos, cuatro?»/ Respondieron «¿Dice seis?»/ –«Yo decía lo que digo»./ –«Podemos seguir sumando».”, y sigue con tres estrofas más hasta la última “–«Digo dos»./ –«Yo digo Dios»./ Dos por Dios, ¡qué confusión!/ Este amor, de aguante usted,/ es la multiplicación.”, en su poema Biografía, de La higa de Arbigorriya (1975), que está escrito en forma de normas que nos imponen a lo largo de la vida, en la estrofa de su etapa escolar escribe “Extraiga la raíz cuadrada de tres mil trescientos trece” o en el poema Total, cero, de Buenos días, Buenas noches (1978), menciona el número pi, “Y pensar/ que uno va, y luego se enfada/ con su chica por diez, doce,/ tres coma catorce dieciséis minutos de retraso/ a la hora de la cita”, por citar algunos ejemplos.

Poema visual “La muerte de Hoang-Ti”, del poemario “Campos Semánticos” (1971)
Aunque quizás el poema más conocido en este sentido sea el que vamos a mostrar a continuación, titulado Tablas de Multiplicar, perteneciente al poemario Ciento volando (1953), en el cual también se incluye el poema La máquina de calcular.
UNO por otro es el hombre
cualquiera como Dios manda
y ese salvar las distancias
que –mala cuenta– se cantan.
Dos por uno es la evidencia
que en un dos por tres tendrás.
Dos por cuatro, buen compás.
Dos por cinco, la sorpresa
del diez redondo y total.
¡Qué divino es, por humano,
el sistema decimal!
Cero por cero es la luz.
Cero por uno, el problema
(pues con el yo creo el tú).
Cero por dos, el amor.
También cero, mas en ¡oh!
(¡Oh!, que es un eco de yo).
Cero por tres… ¡Atención!
Debe haber algún error,
pues cuanto más multiplico
más repito: yo, yo, yo.
En varios poemas se alude a la “matemática Urania”. Recordemos que Urania era la musa de la astronomía, y también se la suele considerar la musa de las matemáticas.

Dibujos de Gabriel Celaya, “Autorretrato” y “Peces”
También nos encontramos con algunos conceptos geométricos en los poemas de Gabriel Celaya, y como ejemplo su poema Así se escribe la ciencia (Homenaje a Kepler), de su poemario Espejos Transparentes (1968).
KEPLER miró llorando los cinco poliedros
encajados uno en otro, sistemáticos, perfectos,
en orden musical hasta la gran esfera.
Amó al dodecaedro, lloró al icosaedro
por sus inconsecuencias y sus complicaciones
adorables y raras, pero, ¡ay!, tan necesarias,
pues no cabe idear más sólidos perfectos
que los cinco sabidos, cuando hay tres dimensiones.
Pensó, mirando el cielo matemático, lejos,
que quizá le faltara una lágrima al miedo.
La lloró cristalina: depositó el silencio,
y aquel metapoliedro, geometría del sueño,
no pensable y a un tiempo normalmente correcto,
restableció sin ruido la paz del gran sistema.
No cabía, es sabido, según lo que decían,
más orden que el dictado. Mas él soñó: pensaba.
Eran más que razones: las razones ardían.
Estaba equivocado, mas los astros giraban.
Su sistema era sólo, según lo presentido,
el orden no pensado de un mundo enloquecido,
y él buscaba el defecto del bello teorema.
Lo claro coincidía de hecho con el espanto
y en la nada, la nada le besaba a lo exacto.
Y para terminar desearos… ¡¡Mucha matemática y poesía!!
Bibliografía
1.- Raúl Ibáñez, Los números poéticos, Cuaderno de Cultura Científica, 2018.
2.- Raúl Ibáñez, Los números poéticos (2), Cuaderno de Cultura Científica, 2018.
3.- Cynthia Griffin Wolff, Emily Dickinson, Knopf, 1986.
4.- Seo-Young Jennie Chu, Dickinson and Mathematics, The Emily Dickinson Journal, Volume 15, Number 1, p. 35-55, 2006.
5.- Lista de poemas (en inglés) de Emily Dickinson en Wikipedia
6.- Blog de poemas de Emily Dickinson
7.- Página web de Chantal Maillard
8.- Página web sobre Gabriel Celaya, de la Diputación Foral de Gipuzkoa
Sobre el autor: Raúl Ibáñez es profesor del Departamento de Matemáticas de la UPV/EHU y colaborador de la Cátedra de Cultura Científica
El artículo Los números poéticos (y 3) se ha escrito en Cuaderno de Cultura Científica.
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A finales del siglo XVIII Martin Heinrich Klaproth continuó el trabajo donde Dolomieu lo había dejado. Klaproth identificó tres formas cristalográficas diferentes de carbonato cálcico: calcita, aragonito y vaterita. Publicó las diferencias detalladas entre estos tres minerales en su Beiträge zur chemischen Kenntniss der Mineralkörper, obra en cinco volúmenes publicada entre 1795 y 1810. Haüy se mostró muy interesado en este descubrimiento, pero le desconcertaba el aragonito: a diferencia de la calcita, no se rompía en romboedros.
Klaproth, que había sido catedrático en Berlín, dejó su puesto vacante a su muerte en 1817. En 1819, a propuesta de Jöns Jakob Berzelius, fue nombrado para sucederle Eilhard Mitscherlich. Mitscherlich, químico, había comenzado a estudiar en profundidad la cristalografía en 1818 y pronto se dio cuenta de que los cristales que tienen la misma composición pero distinta morfología, como la calcita y el aragonito, no son tan extraños. También se dio cuenta de que había cristales que tienen la misma morfología pero diferente composición química. Así, la dolomita, un mineral descrito por Dolomieu, es muy similar a la calcita, pero contiene calcio y magnesio [CaMg(CO3)2 ]en vez de sólo calcio [CaCO3]. Mediciones precisas realizadas por Wollaston mostraban que las diferencias entre los cristales de dolomita, calcita y la siderita (carbonato de hierro) eran mínimas: el ángulo romboédrico era respectivamente de 105º5′, 106º15′, y 107º0′.
Pero, ¿nadie se había dado cuenta de esto antes? Claro que sí. Sin ir más lejos Romé de l’Isle lo había hecho notar en alumbres cúbicos que forman cristales mixtos. Alrededor de 1812 el propio Wollaston describió más ejemplos de cristales similares con diferente composición química en los que había medido diferencias angulares mínimas. Por ejemplo, en la serie de sulfatos alcalinos [K2SO4, Rb2SO4, Cs2SO4, (NH4)2SO4] los ángulos interfaciales difieren sólo unos pocos minutos, y en un compuesto similar, el Ti2SO4, la variación con respecto a la media es de sólo medio grado. Resultados similares se encuentran en series de fosfatos y arseniatos.
Por tanto, estamos ante dos fenómenos aparentemente opuestos: sustancias de la misma composición química que forman cristales de diferente morfología y sustancias de diferente composición química que forman cristales de morfología muy similar. Mitscherlich les puso nombre; llamó isomorfos a los que tenían diferente composición y (casi) igual forma y polimorfos a los que tenían la misma composición y diferente forma. Y dio el paso definitivo estableciendo la ley del isomorfismo: los compuestos que cristalizan juntos probablemente tengan estructuras y composiciones similares. Lo que implicaría que las sustancias de composición similar es probable que den lugar a cristales isomorfos.
Incluso las sustancias elementales pueden cristalizar de diferentes maneras como observó el propio Mitscherlich en el azufre, que produce cristales diferentes (esto es, con diferentes ángulos interfaciales) dependiendo de las condiciones de cristalización. Incidentalmente, haciendo estos experimentos fue como Mitscherlich descubrió el azufre monoclínico, que cristaliza por encima de los 96ºC. Su razonamiento fue que los átomos de un mismo elemento se organizan en distintas “moléculas” porque se unen entre sí de distintas maneras, lo que resulta en las distintas formas de los cristales. Un ejemplo muy conocido es el diamante, el grafito y el hollín que son prácticamente carbono puro. Este polimorfismo merecía un nombre especial, por lo que Berzelius creó el término alotropía en 1841.
El descubrimiento y caracterización del isomorfismo tuvo una influencia muy importante en el desarrollo de la química, mucho más allá del puramente teórico. Las diferentes propiedades de los compuestos isomorfos permitieron a Berzelius la confección la primera tabla relativamente precisa de pesos atómicos. Hasta ese momento se fijaba el peso atómico del hidrógeno arbitrariamente en 1, por lo que resultaba que el carbono tenía peso atómico 6 (en vez de 12) y el oxígeno 8 (en vez de 16), y el agua era HO en vez de H2O; Berzelius cambió todo esto.
No sólo los pesos atómicos, que son sólo la punta del iceberg; el descubrimiento de Mitscherlich propició el desarrollo muy poco después de multitud de conceptos químicos, relacionados sólo parcialmente con la cristalografía. El ejemplo más importante sea quizás el descubrimiento de la isomería.
Referencias generales sobre historia de la cristalografía:
Referencias generales de la serie:
[1] Wikipedia (enlazada en el texto)
[3] Molčanov K. & Stilinović V. (2013). Chemical Crystallography before X-ray Diffraction., Angewandte Chemie (International ed. in English), PMID: 24065378
[4] Lalena J.N. (2006). From quartz to quasicrystals: probing nature’s geometric patterns in crystalline substances, Crystallography Reviews, 12 (2) 125-180. DOI:10.1080/08893110600838528
[5] Kubbinga H. (2012). Crystallography from Haüy to Laue: controversies on the molecular and atomistic nature of solids, Zeitschrift für Kristallographie, 227 (1) 1-26. DOI: 10.1524/zkri.2012.1459
[6] Schwarzenbach D. (2012). The success story of crystallography, Zeitschrift für Kristallographie, 227 (1) 52-62. DOI: 10.1524/zkri.2012.1453
Este texto es una revisión del publicado en Experientia docet el 2 de enero de 2014
Sobre el autor: César Tomé López es divulgador científico y editor de Mapping Ignorance
El artículo Cristalografía (8): Morfismos químicos se ha escrito en Cuaderno de Cultura Científica.
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La función renal en vertebrados
La mayor parte de lo que sabemos sobre el funcionamiento de los riñones de vertebrados procede de estudios hechos con anfibios y con mamíferos. Los anfibios resultan ser un modelo animal muy útil a estos efectos, y lo que sabemos del funcionamiento de su riñón es generalizable a la mayoría de vertebrados y, en concreto, a los peces de agua dulce y a los reptiles, exceptuando en parte a las aves.
En la nefrona de la mayor parte de grupos de vertebrados se diferencian los siguientes elementos: (1) cápsula de Bowman, (2) túbulo contorneado proximal, (3) segmento intermedio, (4) túbulo contorneado distal, y (5) túbulo colector. Los segmentos llamados “túbulo contorneado” se caracterizan por que describen múltiples curvas en su trayectoria; a eso se refiere el término “contorneado”. En inglés se dice convoluted, que puede traducirse también como enmarañado, retorcido o complicado; el término “contorneado” es claramente más compasivo. El segmento intermedio es bastante recto y de muy pequeño diámetro, y el túbulo colector es también relativamente recto, pero de mayor grosor que el intermedio. Los segmentos desempeñan diferentes funciones, aunque también pueden cambiar dentro de cada segmento. La longitud de la nefrona viene a ser de 1 cm aproximadamente, aunque el grosor es microscópico en todo su recorrido. El túbulo colector desemboca, junto con muchos otros túbulos, en el ducto o tubo colector, y los ductos colectores desembocan en el uréter, que es el canal que conduce la orina a la vejiga.

Nefrona de un anfibio
Como vimos en la anotación anterior, lo normal es que una parte muy importante de la orina primaria no sea expulsada al exterior, sino que sea reabsorbida a lo largo de la nefrona, y esa reabsorción afecta tanto al agua como a las sales y otras sustancias que conviene retener. En el caso de los anfibios también es ese el caso, aunque no suele ser agua lo que les falta. De hecho, para la mayor parte de los animales que viven en agua dulce el problema consiste en retener las sales a la vez que expulsan la máxima cantidad de agua posible.
A lo largo del túbulo contorneado proximal se reabsorbe activamente Na+, y lo normal es que el Cl– lo acompañe al moverse a favor del gradiente eléctrico generado por el transporte del catión. La concentración osmótica a lo largo de ese segmento apenas varía, porque su epitelio es permeable al agua, de manera que la reabsorción de NaCl se ve acompañada por una reabsorción de agua de similar magnitud. En los anfibios estudiados, entre un 20% y un 40% de la orina primaria es reabsorbida en este primer segmento de la nefrona. Además de NaCl y agua, en el túbulo proximal se reabsorbe glucosa y aminoácidos.
La reabsorción de NaCl prosigue en el túbulo contorneado distal, aunque en este caso, la recuperación de sal puede ir acompañada de reabsorción de agua, o no, dependiendo de las necesidades que impone el mantenimiento del balance hídrico. En otras palabras, el volumen final de orina que se expulsa depende de la medida en que el agua acompaña al NaCl cuando es reabsorbido este en el túbulo distal; cuanto menor es la reabsorción de agua, mayor es la producción de orina final (mayor es la diuresis) y cuanto mayor es el volumen que se reabsorbe, menor es la diuresis. En algunas especies de anfibios la vejiga también interviene en la formación de orina de forma similar a como lo hace el túbulo contorneado distal.
La permeabilidad para con el agua del epitelio del túbulo contorneado distal está controlada por la hormona antidiurética (ADH) o vasotocina1, una hormona peptídica producida por la neurohipófisis; y ese control se ejerce a través de la inserción de más o menos aquaporinas en la membrana apical de las células epiteliales. Cuando los niveles circulantes de esta neurohormona son bajos, la permeabilidad del epitelio es baja (menor inserción de aquaporinas), de manera que la reabsorción de NaCl por las células epiteliales del túbulo distal no es acompañada por una reabsorción equivalente de agua. Como consecuencia, se recupera poca agua, la orina producida es abundante y además muy diluida, esto es, su concentración de sales es muy baja. Lo contrario ocurre cuando la concentración circulante de vasotocina es alta: hay una intensa reabsorción de agua en el túbulo distal (en su parte más próxima al túbulo colector, principalmente) y, en consecuencia, la orina es escasa y su concentración salina es más alta. Estos son, precisamente, los procesos mediante los que se efectúa la regulación del volumen de los líquidos coporales y de la concentración osmótica y salina que realizan muchos animales y que vimos en algunas anotaciones de esta serie.
En anfibios, lagartos, aves y otros reptiles la hormona antidiurética no solo aumenta la permeabilidad al agua de ciertas zonas del túbulo contorneado distal, sino que también disminuye la tasa de filtración glomerular, mediante una reducción en el número de nefronas que filtran plasma sanguíneo. Esa reducción se produce provocando vasoconstricción en los vasos que llevan sangre al glomérulo (aferentes). Este mecanismo complementa el descrito anteriormente y ambos contribuyen a retener agua y limitar el volumen de orina que es expulsada al exterior. Y en algunas especies de anfibios la ADH eleva, además, la reabsorción activa de NaCl, favoreciendo también de este modo la reabsorción de agua.
En el mecanismo que desencadena la elevación de la concentración sanguínea de vasotocina intervienen osmorreceptores hipotalámicos (que detectan una subida de la concentración osmótica) y barorreceptores o receptores de estiramiento localizados en ciertos vasos sanguíneos (que detectan cambios en la presión sanguínea). Así, ante un aumento en la concentración osmótica o una reducción en la presión sanguínea, la neurohipófisis responde secretando ADH y elevando así su concentración sanguínea para surtir los efectos descritos y restaurar el volumen de sangre y la concentración osmótica adecuada.
Los riñones de los teleósteos marinos presentan algunas características que los diferencian de los de agua dulce y de los anfibios. Lo normal es que las nefronas de los peces marinos carezcan del túbulo contorneado distal. Puesto que estos peces proceden, de hecho, de antecesores dulceacuícolas, se cree que esa ausencia es secundaria y se atribuye al hecho de no necesitar producir grandes volúmenes de orina diluida. Los peces marinos son reguladores hiposmóticos y el riesgo principal que afrontan es el de la desecación. Además, y por la misma razón, estos peces tienden a tener pocas nefronas y glomérulos pequeños, pues de esa forma limitan la formación de orina primaria, reduciendo significativamente la pérdida de agua por esa vía. En coherencia con esas características renales, no toda la orina primaria la producen por ultrafiltración. De hecho, parte de la orina la generan por secreción activa de iones (Na+, Cl–, Mg2+ y SO42-), a los que acompaña el agua, a la luz del túbulo contorneado proximal.
La reducción de la contribución de la ultrafiltración a la formación de orina primaria alcanza su máxima expresión en un conjunto de especies (se conocen una treintena) de peces marinos cuyas nefronas carecen de glomérulo, son aglomerulares. Se trata de un rasgo que ha aparecido en tres ocasiones diferentes en el curso de la evolución.
Las aves, a diferencia del resto de reptiles, tienen dos tipos de nefronas. Unas son similares a las descritas en esta anotación, pero las otras se asemejan a las de los mamíferos (que veremos más adelante). Entre un 10% y un 30% de las nefronas aviares son de este segundo tipo y se caracterizan por tener lo que se conoce como “asa de Henle”, un segmento que en mamíferos cumple un papel de importancia crucial. En el riñón de las aves las nefronas de tipo anfibio (o reptiliano) se disponen en la corteza renal (parte más exterior), mientras que las de tipo mamífero se disponen en la médula, la zona más interior y más próxima al uréter. Lógicamente, las características funcionales de las nefronas de tipo mamífero se asemejan a las de los mamíferos, por lo que pueden producir una orina de mayor concentración osmótica que la sangre, aunque no en una medida equivalente a la de aquéllas.
Por último, cabe señalar que el uréter de las aves no descarga en una vejiga o directamente al exterior, sino que lo hace en la cloaca, de forma similar a como vimos con los túbulos de Malpigio y el recto en insectos. Y esta no es la única semejanza entre aves e insectos, ya que las aves también eliminan sus restos nitrogenados en forma de ácido úrico, que aparece en la nefrona por filtración o, incluso, por secreción activa. También las aves eliminan sus restos nitrogenados en forma semisólida, lo que ayuda de forma importante al ahorro de agua. En próximas anotaciones presentaremos la nefrona de mamíferos.
1 La arginina vasotocina (AVT) es la equivalente en vertebrados no mamíferos a la arginina vasopresina (AVP) de mamíferos.
Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU
El artículo La función renal en vertebrados se ha escrito en Cuaderno de Cultura Científica.
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Lavarse las manos: un gesto tan vital como infravalorado
Los avances médicos recientes tienen el poder de deslumbrar a un gran porcentaje de la población. Cada vez más complejos, caros y de alta tecnología, sorprenden por su novedad, su aura futurista y por dar nuevas esperanzas al expandir los límites de la medicina. La realidad, sin embargo, es que nuestra actual esperanza de vida se la debemos principalmente a medidas tan sencillas, baratas y cotidianas que rara vez valoramos su vital importancia. De hecho, que muchos de nosotros estemos vivos ahora se lo debemos a diversas medidas de higiene tan poco glamurosas y deslumbrantes como los sistemas de alcantarillado o la distribución de agua potable. Además, entre estas estrategias, lavarse las manos con agua y jabón es una de las armas más poderosas (costo-efectivas) para la salud pública. Sin embargo, a pesar de su gran papel en prevenir enfermedades, sigue siendo hoy, en pleno siglo XXI, una medida tan infravalorada como infrautilizada. ¿Las consecuencias? Millones de muertes podrían haberse evitado cada año al aplicar ese simple gesto correctamente en la vida diaria.
Hace casi 200 años que el médico húngaro Semmelweis reveló al mundo la importancia de lavarse las manos para la salud cuando aún no se sabía ni que existían los microbios. Gracias a sus pioneras observaciones, redujo drásticamente las muertes de las madres tras el parto en el hospital con una medida tan efectiva como sencilla para prevenir las infecciones: obligó al personal que las atendía a lavarse las manos con agua y jabón. Lejos de recibir un apabullante reconocimiento, Semmelweis murió como un mártir, marginado por sus colegas médicos de la época que despreciaron sus hallazgos. Tuvo que ser el paso del tiempo y el papel de grandes figuras de la medicina como la pionera Florence Nightingale (creadora de la enfermería moderna) las que llevaron las aplastantes evidencias de la efectividad de lavarse las manos al conocimiento general.
Las bondades del lavado de manos con agua y jabón (o soluciones hidroalcohólicas) son extensas pero destacan especialmente su papel para reducir considerablemente la transmisión de enfermedades infecciosas, principalmente gastroenteritis e infecciones respiratorias: cólera, neumonías, gripe, hepatitis, resfriados, ébola… Multitud de nuevos casos de enfermedades se podrían prevenir en el mundo con ese simple gesto. Sin embargo, una de las principales barreras a la correcta aplicación del lavado de manos es nuestra propia naturaleza: somos animales de costumbres. Una vez que nuestros hábitos y comportamientos están establecidos, es muy difícil cambiarlos. El resultado es que, independientemente del país, muchos de sus habitantes no se lavan las manos tanto como deberían ni tampoco lo hacen bien.
¿Cómo sería un correcto lavado de manos? En este vídeo del Centro de Control de Enfermedades, se explica claramente y con todos los detalles:
Parece sencillo, pero lo cierto es que una vasta mayoría de personas no lo hace correctamente, siguiendo todos los pasos. Aunque las cifras concretas varían de estudio a estudio y de país a país, un gran porcentaje de las personas no se frota con agua y jabón el tiempo suficiente, o no se humedecen las manos antes de aplicarse jabón, o no se secan las manos bien o, directamente, ni se lavan las manos tras salir del aseo, por ejemplo. Lo más grave del asunto es que un amplio porcentaje de estos estudios se ha llevado a cabo en países desarrollados, donde el agua potable y el jabón estaban disponibles en cualquier lugar. En países en desarrollo, donde ambos elementos pueden ser un lujo (por ejemplo, en Etiopía sólo el 50 % de los hogares tiene jabón…) las encuestas reflejan comportamientos aún peores, con el agravante añadido de ser zonas donde las enfermedades infecciosas son mucho más prevalentes.
Las consecuencias de no lavarse las manos o hacerlo de forma chapucera son importantes y afectan a múltiples ámbitos de nuestra vida diaria. En los hospitales, por ejemplo, que el personal sanitario no se lave las manos o lo haga mal provoca infecciones en el 7 % de los pacientes. Así, si se aplicara correctamente el lavado de manos, se estima que se podrían evitar un 70 % de las muertes por infección hospitalaria. Por otro lado, en los restaurantes, un déficit de higiene de las manos favorece la aparición de brotes de gastroenteritis (salmonelosis, norovirus…). El hogar, el trabajo y el trasporte público tampoco son áreas al margen, de hecho una pobre higiene de manos favorece en gran medida la expansión de epidemias tales como las de la gripe y resfriados.
En un mundo cada vez más global e interconectado, donde una enfermedad infecciosa puede transmitirse sin muchas complicaciones a la otra punta del mundo, lavarse las manos resulta crucial. Ante este panorama, fomentar la educación de los más pequeños para que adquieran hábitos correctos de lavado de manos y garantizar la disponibilidad de agua potable y jabón resultan unas estrategias de salud pública claves. Además, también es esencial concienciar a los mayores sobre la importancia de corregir sus costumbres erróneas al lavarse las manos. Paradójicamente, una de las medidas de salud pública más baratas y sencillas que existen, carente de efectos adversos, tiene como principal barrera la simpleza de nuestro comportamiento, más basado en costumbres y tradiciones, que en acciones racionales. Así, no es que el ser humano tropiece dos veces en la misma piedra, es que es capaz de tropezarse decenas o cientos de veces por la sencilla razón de que todavía no se ha dado cuenta de que la piedra estaba ahí o supone demasiada molestia cambiar la ruta acostumbrada.
Para saber más:
Muéstreme los fundamentos científicos: ¿Por qué lavarse las manos?
El poder del simple acto de lavarse las manos
Salve vidas: límpiese las manos
Este post ha sido realizado por Esther Samper (@Shora) y es una colaboración de Naukas con la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU.
El artículo Lavarse las manos: un gesto tan vital como infravalorado se ha escrito en Cuaderno de Cultura Científica.
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La magia de los números pitagóricos
En una antigua acrópolis griega se encontró un extraño pergamino en el que solo había números escritos…Lo que sigue es magia, o no, a cargo de Francisco González (Universitat Jaume I).
Francisco González: ''La magia de los números pitagóricos''El número π es una de las constantes matemáticas más importantes que existen. π es un número fascinante que goza de una gran popularidad e, incluso, de un día propio. Desde el año 1988, cada 14 de marzo se celebra el Día de Pi. Este evento fue idea del físico Larry Shaw, quien lanzó la propuesta añadiendo a su favor que la celebración coincidía con la fecha del nacimiento de Albert Einstein. Además, la forma en la que se escribe el 14 de marzo en inglés y euskera coincide con los tres primeros dígitos del número. (3-14 martxoaren 14 en euskara / 3-14 march, 14th en inglés)
En los últimos años la conmemoración del Día de Pi se ha ido extendiendo hasta convertirse hoy en día en una celebración que sobrepasa el ámbito de las matemáticas. π está presente en física, en el principio de incertidumbre de Heisenberg, la teoría de la relatividad o la ley de Coulomb. En geología hace su aparición a la hora de estimar la longitud de los ríos; en bioquímica, en el estudio de la estructura de una molécula de ADN; en astronomía, en el estudio de la forma del universo y en otras muchísimas aplicaciones de nuestro día a día.
Este 2018 nos unimos de manera especial a la celebración del Día de Pi con el evento BCAM-NAUKAS, que se desarrolló el miércoles 14 de marzo en el Bizkaia Aretoa de UPV/EHU. Este evento fue una iniciativa del Basque Center for applied Mathematics (BCAM) y la Cátedra de Cultura Científica de la Universidad el País Vasco.
Edición realizada por César Tomé López a partir de materiales suministrados por eitb.eus
El artículo La magia de los números pitagóricos se ha escrito en Cuaderno de Cultura Científica.
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Los vegetales de la dieta neandertal
Domingo C. Salazar, investigador Ikerbasque en la UPV/EHU, junto a Robert C. Power del Instituto Max-Plank de Antropología Evolutiva, han investigado los trozos de cálculo dental o sarro de los Neandertales para conocer su dieta.

Restos vegetales encontrados en el sarro de los neandertales
Los Neandertales (Homo neanderthalensis) habitaron Europa y partes de Asia occidental desde hace 230.000 hasta 28.000 años atrás, coincidiendo durante los últimos milenios con el Homo sapiens, y se extinguieron por motivos aún discutidos, de hecho, el destino de los neandertales ha intrigado y sigue intrigando a investigadores/as de todo el mundo.
La idea más común es que la desaparición de los neandertales fue motivada por una mayor competencia de los antepasados de los humanos modernos, los Homo sapiens, que aparecieron más o menos al mismo tiempo que los neandertales desaparecían de Europa y una de las explicaciones sobre cómo pudo suceder esto fue la dieta. Se cree que los neandertales tenían dietas más limitadas, mientras que nuestros antepasados tenían dietas más flexibles y adaptativas que incluían alimentos marinos y abundantes plantas.
Sin embargo, aunque la ciencia arqueológica ha avanzado considerablemente en las últimas décadas y ha demostrado nuevas teorías sobre las dietas de los Neandertales, todavía hoy solo tenemos una imagen fragmentada de su ecología dietética dado que carecemos de información amplia y ambientalmente representativa sobre el uso que hacían de plantas y otros alimentos.
Esta nueva investigación de los fragmentos de cálculo dental o sarro, demuestra que la explotación de plantas era una estrategia de subsistencia de los neandertales extendida y profundamente arraigada.
Sin embargo, en el modelaje de diferentes dietas de recolectores más actuales desde los trópicos hasta el ártico no se han podido encontrar evidencias de variación dietética en el tiempo y el espacio en el consumo de alimentos vegetales. Esto puede implicar que el consumo de vegetales en los Neandertales si bien generalizado estaba limitado a determinados tipos de plantas, a diferencia de cómo los humanos modernos se alimentaban.
Según Domingo C. Salazar “Esta forma de alimentarse en lugar de ser signo de primitividad, refleja una estrategia que simplemente se mantuvo durante miles de años por su eficacia”.
Referencia:
Power RC, Salazar-García DC, Rubini M, Darlas A, Harvati K, Walker M, Hublin JJ, Henry AG. (2018) Dental calculus indicates widespread plant use within the stable Neanderthal dietary niche Journal of Human Evolution doi: 10.1016/j.jhevol.2018.02.009
Edición realizada por César Tomé López a partir de materiales suministrados por UPV/EHU Komunikazioa
El artículo Los vegetales de la dieta neandertal se ha escrito en Cuaderno de Cultura Científica.
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Cuando se escoge la ignorancia
La ciencia, ya lo hemos dicho alguna vez, es a la vez un método sistemático de búsqueda de conocimientos sobre el Universo y el conjunto de esos conocimientos una vez adquiridos. En ese sentido poco tiene que ver con la capacidad de supervivencia de la especie humana o con las sofisticadas maneras de manipular el mundo natural que nos han convertido en lo que somos. La ciencia es más abstracta, menos decidida a buscar soluciones a problemas concretos y más enfocada a comprender los cómos y los porqués; más similar a la literatura con respecto a la comunicación que a la ingeniería y su dedicación a los problemas concretos.
Aunque por supuesto la ciencia es la culminación de una tendencia natural humana: la curiosidad, ese picor en la corteza cerebral que nos hace detenernos ante un rompecabezas y disfrutar con una novela de misterio. Esa insaciable curiosidad, esa necesidad de comprender ha sido clave en la historia y la evolución de la Humanidad; al fin y al cabo somos una estirpe que lleva al menos tres millones de años evolucionando en simbiosis con nuestras herramientas, que han sido vitales para hacernos como somos hoy. La ciencia no es más que esta curiosidad primigenia y natural sistematizada y disciplinada para hacerla lo más eficiente posible.
Por eso hay algo profundamente antihumano en las actuales tendencias contra la ciencia y la tecnología que se extiende en la sociedad. Al contrario de lo que defienden quienes rechazan la razón y la ciencia dar la espalda a la ciencia y lo que significa no nos hace más humanos, sino menos, ya que pretende hacernos desandar el camino que llevamos millones de años recorriendo. Somos humanos, en buena parte, porque la naturaleza nos hizo curiosos y desde ahí hemos sabido construir el mundo en el que vivimos y a nosotros mismos.
Somos la especie científica y tecnológica que somos porque a lo largo de la evolución hemos renunciado a la ignorancia y escogido el conocimiento. Es un componente esencial de lo que somos, y de lo que hemos sido desde hace millones de años. Dar la espalda a la ciencia es dar la espalda a quienes somos, a parte de la esencia de la Humanidad.
En el nombre de lo ‘natural’ se nos pide que renunciemos a una característica básica de nuestra especie. En el nombre de lo ‘más puro’ se nos exige rechazar la razón y la curiosidad, cualidades que nos definen y que nos han hecho lo que somos. En el nombre de lo ‘humano’ en el fondo se nos está pidiendo que abandonemos algunas de las más humanas características.
Escoger la ignorancia no es más humano, ni más puro, ni más natural; no para un grupo de primates que empezó a tallar piedras hace más de tres millones de años y cuya estructura física y mental está determinada por esta larga historia de fusión humano-herramientas. Por más que se repita y por alto que se chille abandonar la ciencia, la curiosidad y el conocimiento no nos hará ‘mejores’ humanos; al contrario, nos hará abandonar partes esenciales de nuestra Humanidad. Eso es lo que está en juego, ni más, ni menos.
Sobre el autor: José Cervera (@Retiario) es periodista especializado en ciencia y tecnología y da clases de periodismo digital.
El artículo Cuando se escoge la ignorancia se ha escrito en Cuaderno de Cultura Científica.
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Patatas ‘perfectas’ con el método ‘Edge Hotel School’
Cuando asas patatas como guarnición de alguna comida –o como plato principal, porque no– ¿te quedan demasiado crudas, demasiado blandas, demasiado tostadas? Aunque parece algo fácil de hacer, no basta con cortarlas de cualquier manera y meterlas al horno… no, así no siempre quedan bien.
Un grupo de estudiantes de la Edge Hotel School de la Universidad de Sussex (Reino Unido) han recurrido a las matemáticas –que sí, que hasta la cocina necesita de las matemáticas– para solucionar este arduo y capital problema del asado perfecto de las patatas
Basándose en los trucos para conseguir una patata asada perfecta del chef británico Heston Blumenthal, se fijaron en este consejo:
Remember: the more flat edges, the better (Recordad: cuantos más bordes planos, mejor).
A la hora de asar patatas al horno, la peor situación es la de hornear una patata entera, es decir, con mucha curvatura en su superficie, ya que como afirma Blumenthal:
Worst of all is just a round potato, because with a round potato, you haven’t got any corners and edges to get crisp (Lo peor de todo es una simple patata redondeada, porque con una patata curvada, no tienes esquinas ni bordes para lograr una textura crujiente).
Así que, siguiendo los consejos del experto, el objetivo de este grupo de estudiantes era el de calcular la mejor manera de cortar las patatas para conseguir la mayor área plana posible… por supuesto sin desperdiciar la comida. Para hacer este cálculo sin fallos, acudieron a personas expertas en matemáticas en la Samuel Whitbread Academy (Shefford, Reino Unido).
La manera habitual de cortar una patata en cuatro trozos (ver la imagen 1) es dar un corte longitudinal y después otro corte transversal perpendicular al primero.

Imagen 1. Corte tradicional para asar una patata (imagen realizada a partir del video incrustado debajo).
Sin embargo, cortando en primer lugar la patata en dos piezas longitudinalmente y después en cuatro siguiendo ángulos de aproximadamente 30 grados, las matemáticas dicen que ¡se obtiene la pieza perfecta para asar! Con este corte ‘óptimo’ se gana un 65% de superficie (ver la imagen 2).

Imagen 2. Corte ‘Edge Hotel School’ para asar una patata (imagen realizada a partir del video incrustado debajo).
Para experimentar si esta receta avalada por las matemáticas funciona –¿quién puede garantizar que lo ‘óptimo’ sea lo que más gusta? –, los estudiantes probaron su propuesta realizando una cata con la clientela y el personal de cocina de un hotel cercano a su escuela de hostelería. Hicieron probar cien patatas cortadas según sus cálculos –el ‘método Edge Hotel School’– y otras cien cortadas de la ‘manera tradicional’. Teniendo en cuenta tres variables –el sabor, la textura (el crujido al masticar) y el aspecto de las patatas tras el horneado– parece que las patatas cortadas con el método Edge Hotel School gustaron más a los comensales (ver imagen 3)…

Imagen 3. Resultados del test (imagen realizada a partir del video incrustado debajo).
Estas patatas asadas ‘de manera perfecta’ pueden acompañarse, por ejemplo, de pollo frito. Pero, cuidado, para repartir equitativamente la carne entre los comensales de nuevo necesitarás de las imprescindibles matemáticas. Debes estudiar sin falta el teorema del pollo picante. Y por supuesto, bon appétit…
Referencias:
Phoebe Weston, Science behind the perfect roast potato: Slice the spud at 30-degree angles to increase its surface area and make it extra crispy, say researchers, Daily Mail, 16 enero 2018
Declan Cashin, How maths can give you the perfect roast potato, BBC, 25 enero 2018
Sobre la autora: Marta Macho Stadler es profesora de Topología en el Departamento de Matemáticas de la UPV/EHU, y colaboradora asidua en ZTFNews, el blog de la Facultad de Ciencia y Tecnología de esta universidad.
El artículo Patatas ‘perfectas’ con el método ‘Edge Hotel School’ se ha escrito en Cuaderno de Cultura Científica.
Entradas relacionadas:Cristalografía (7): Moléculas, superfluidades y contaminaciones
La teoría de Haüy introdujo en la cristalografía un concepto fundamental, el de periodicidad. En los primeros estudios sobre el empaquetamiento de esferas la periodicidad estaba implícita, pero fue Haüy quien hizo énfasis en este punto. De Haüy en adelante los cristales pasaron a considerarse agregados de materia en los que la materia se repite periódicamente. Esta visión se mantuvo inalterada, y sigue siendo correcta para la inmensa mayoría de los casos, hasta el descubrimiento de los cuasicristales en la década de los ochenta del siglo XX.
Más interesante es que, desde un punto de vista puramente químico, afirmar que un cristal es una ordenación periódica tridimensional de unidades poliédricas implica que cada unidad tiene que tener la misma composición química que el conjunto y, si esta unidad es realmente la más pequeña, representa una “molécula” del compuesto. Haüy era plenamente consciente de esto. De hecho en su Essai d’une théorie sur la structure des crystaux (1784) llamaba a las unidades constituyentes fundamentales “molécules intégrantes”. Su empleo de la palabra “molécula” para referirse a un grupo de átomos conectados está en línea con el uso que de la palabra se hacía desde mediados del siglo XVII en que Pierre Gassendi la empleó en su Syntagma Philosophiae Epicuri (1646).
No sólo eso. Si las moléculas en el sentido de Haüy tienen una forma geométrica (poliédrica) definida de aquí se sigue que cada sustancia química tiene una forma cristalina característica. Otro corolario es que dos sustancias de diferente composición química, en general, no tendrán el mismo aspecto externo (hábito) salvo que sus molécules intégrantes sean muy simétricas, cúbicas por ejemplo.
Con todo, Haüy no empleó mucho tiempo en discutir la naturaleza química de las moléculas, de las que la única propiedad relevante para él era la geométrica. La forma de las moléculas define la forma de su primer agregado (el grano o semilla, “noyau”) a partir del cual el cristal crece capa a capa hasta formar su hábito externo.
Los aspectos moleculares de la teoría de Haüy fueron desarrollados en detalle por Dieudonné Sylvain Guy Tancrède de Dolomieu, más conocido como Déodat Gratet de Dolomieu (de quien las montañas dolomitas toman su nombre) en su Sur la philosophie minéralogique et sur l’espèce minéralogique (1801). Para Dolomieu la “molécula integrante” representa un “individuo completo” y todas las propiedades químicas de una sustancia son, de hecho, las propiedades químicas de sus moléculas, y por tanto independientes de la forma macroscópica, visible, de una sustancia.
Efectivamente, las “moléculas integrantes” de “carbonato de cal” (carbonato de calcio) pueden agruparse ordenadamente para formar un cristal, como el espato calcáreo (espato de Islandia), o lo pueden hacer irregularmente como en la creta; ambas sustancias tienen el mismo tipo de “molécula” a pesar de su aspecto tan diferente. De esta forma, Dolomieu expandió la teoría molecular más allá de los cuerpos cristalinos regulares para incluir las “tierras” amorfas y, en general, todos los sólidos.
Otro punto que trató Dolomieu fue el de la presencia simultánea de diferentes tipos de moléculas. En un agregado de moléculas de un tipo, las moléculas de otro tipo pueden aparecer como “superfluidades” (superfluités) o “contaminaciones” (pollutions).
Las superfluidades entran en el agregado sin modificar la forma de las moléculas mayoritarias y permitiendo que se ordenen como si fuesen puras. El resultado es una mezcla homogénea (que también podría considerarse un compuesto) y, por lo tanto, las superfluidades no disminuyen ni la transparencia ni ninguna otra propiedad del cristal, aunque pueden aportar otras propiedades, como el color. Los agentes colorantes en los minerales alocromáticos son pues superfluidades de Dolomieu.
Las contaminaciones, por otra parte, se interponen entre las “moléculas integrantes” mayoritarias durante la formación del cristal, lo que lleva a imperfecciones. Estas imperfecciones se traducen en pérdida de transparencia y que otras propiedades como el color, brillo, densidad o la dureza se vean afectadas, ya que un cristal con contaminaciones ya no es una sustancia pura homogénea sino una mezcla mecánica heterogénea.
La sugerencia de Dolomieu de que una sustancia química, definida por sus “moléculas”, podría existir en formas sólidas distintas fue una idea revolucionaria y un paso importante hacia el concepto de polimorfismo. Dolomieu, sin embargo, no dio el siguiente paso: darse cuenta de que sustancias de la misma composición pueden tener diferentes moléculas.
Referencias generales sobre historia de la cristalografía:
[1] Wikipedia (enlazada en el texto)
[3] Molčanov K. & Stilinović V. (2013). Chemical Crystallography before X-ray Diffraction., Angewandte Chemie (International ed. in English), PMID: 24065378
[4] Lalena J.N. (2006). From quartz to quasicrystals: probing nature’s geometric patterns in crystalline substances, Crystallography Reviews, 12 (2) 125-180. DOI:10.1080/08893110600838528
[5] Kubbinga H. (2012). Crystallography from Haüy to Laue: controversies on the molecular and atomistic nature of solids, Zeitschrift für Kristallographie, 227 (1) 1-26. DOI: 10.1524/zkri.2012.1459
[6] Schwarzenbach D. (2012). The success story of crystallography, Zeitschrift für Kristallographie, 227 (1) 52-62. DOI: 10.1524/zkri.2012.1453
Este texto es una revisión del publicado en Experientia docet el 26 de diciembre de 2013
Sobre el autor: César Tomé López es divulgador científico y editor de Mapping Ignorance
El artículo Cristalografía (7): Moléculas, superfluidades y contaminaciones se ha escrito en Cuaderno de Cultura Científica.
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